No alcanzamos a comprender ninguno de los presentes en la sala el por qué del simultáneo rechazo de Carlos por las disculpas de Hugo. Acierto a comprender que se trata de su coche, el cual es su único medio de transporte hasta las puertas de su trabajo, pero también está en juego la salud de su prácticamente hijo. Nunca le he llamado por ese nombre, pero yo ya siento que Carlos es como mi padre, puesto que mi padre biológico, prácticamente no existe para mí.
– Está alterado. – Intenta excusarle mi madre a duras penas. – Hablaré con él.
– No creo que debas meterte. – Añade Hugo, advirtiéndole de las posibles consecuencias de su postura en defensa de su hijo.
Mi madre se limita a gesticular una mueca en su rostro cansado. Ella siempre ha sido una mujer muy alegre, es aquella mujer que jamás podrás conseguir ver deprimida. Pero es simplemente una faceta, un máscara que se pone cuando sale a la calle. No es la mujer más feliz del universo. Tiene una familia que cuidar, con dos hijos que dan bastantes problemas, y un marido que pasa más tiempo en el trabajo que con ella. La empatía me hace ponerme en su lugar, y no puedo evitar sentir respeto hacia ella, por conseguir salir adelante, sin dejar que la presión cunda. Ella es mi heroína, y no hace falta tener superpoderes para serlo.
Sale con cuidado del salón dejándonos a Hugo y a mí solos en la poco lúcida habitación. Pongo toda mi atención en una pequeña figura de madera, con forma de corazón. Es un regalo que le hice a mi madre en el colegio, por el día de la madre. La profesora nos dio a todos un trozo de madera con forma de corazón exactamente igual, y nos indicó que pintásemos algo especial para nuestras madres. Nunca he sido muy artístico, por lo que le puse: 'Te quiero, mamá', y aunque tras pasar los años,y verlo ahí, lo he visto más cutre y ridículo, cada vez que mi madre le lanza una mirada, sonríe. No le suelo hacer muchos regalos, puesto que ando escaso de presupuesto, pero sé que con eso conseguí, consigo y conseguiré sacarle una sonrisa siempre.
– Eh, ¿estás bien? – Le pregunto amablemente posando una mano sobre su espalda. – Te veo pálido.
– Óliver, no lo he pasado más mal en mi vida. – Me confiesa suspirando con pesadez. – ¿Qué va a ser de mí? – Añade.
Realmente no tengo ni idea de lo que va a ocurrir con él. Al principio, sin ser conocedor de la reacción de Carlos, llegué a creer que le apoyarían ambos hasta el último momento. Por una parte he estado en lo cierto, ya que mi madre ha ofrecido su ayuda y preocupación ante la extraña actitud de su hijo mayor. Pero en cuanto Carlos ha alzado la voz, se ha mostrado recelosa. ¿Acaso le teme? Sé que quiere cuidar de su matrimonio, y no acabar como el primero. Pero no comprendo que se calle sus opiniones en cuanto él toma el mando de la situación. Hay que respetar los ideales hasta el final, las opiniones, todo. Sino, aparentaremos ser más débiles de lo que realmente somos.
– Confía en mamá – Intento calmarle con mis palabras – , ella sabrá manejar la situación.
Me ofrece una media sonrisa, la cual sé que muestra su agradecimiento por el apoyo y comprensión que le he estado otorgando hasta ahora. Ambos estamos sorprendidos de mi reacción, seguramente tenía miedo de que llegase a pensar que él era un monstruo, y rechazaría escuchar cualquier tipo de explicación, pero se hace una falsa idea de mí. Puedo decir todas las cosas malas que tiene mi hermano, pero todos tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos, y debemos saber vivir con los nuestros y con los de los demás.
– ¿Crees que soy un gilipollas?
La pregunta me pilla de improvisto. En cualquier otra situación le habría contestado afirmativamente, pero en estos momentos hay que ser serios, esto no es un juego. ¿Que si creo que es gilipollas? La verdad es que no, solamente pienso que ha sido humano, y como todo humano, ha sido débil. En un inquietante momento de vulnerabilidad, el ataque de una serpiente ha incidido sobre él, prometiéndole un cambio en su desviada vida. Solamente se la han jugado en el momento menos oportuno, ha sido víctima de un ataque psicológico y prometedor.
– No. – Una respuesta simple, pero efectiva.
Contemplo su rostro satisfecho, al conocer mi reacción negativa, con eso le basta, supongo que realmente es una duda que se plantea. ¿Cuán dura será la presión de vivir bajo algo con más fuerza que tú? Es como una especie de esclavo metafórico, prisionero de las drogas. No creo que yo alguna vez pueda llegar a su situación, aunque tampoco me lo esperaba de él. Somos impredecibles, lo mejor es no comentar algo desconocido, podemos meter la pata.
La verdad es que yo no soy tan fiestero como mi hermano. Salgo de fiesta, sí, casi todos los fines de semana, pero él también sale entre semana, y eso es algo que yo no me puedo permitir. Mi consumición de alcohol no es excesiva, comparada con la media. Normalmente tomo cerveza, puesto que no soy muy aficionado a los millones de tipos de cócteles, por lo que es de lo que realmente me abastezco. Un domingo por la mañana, mi estómago solo contiene cerveza. Tardo en ponerme 'contentillo', puesto que ya llevo unos tres años saliendo por ahí. De pequeño siempre decía que el alcohol era algo que jamás probaría. Tonto e ingenuo. Lo bien que lo he pasado todas esas noches. O al menos eso me contaron.
Mientras que mi hermano y yo estamos envueltos en un extraño silencio, sumidos en nuestros respectivos pensamientos, comienza a escucharse un murmullo cada vez más alto y cargado de ira. Lo peor es que no se trata de los vecinos, sino que proviene de la habitación de al lado. La de Carlos y mi madre. Hugo y yo nos miramos a la vez, con gesto alarmado, e instintivamente nos ponemos los dos en pie. ¿A tanto ha llegado la charla? Se ha convertido en una auténtica discusión. Retiro lo anterior dicho de que mi madre no defiende sus opiniones como debería.
– ¿Qué coño ocurre? – Me pregunta Hugo, de forma retórica.
De repente se oye un golpe. Lo identifico como que alguno de los dos le ha pegado un puñetazo a la pared, la cual está conectada al salón. Esto hace que me ponga tenso y apriete los puños. Carlos jamás se atrevería a alzarle la mano a mi madre. Sé que él no es de esos. O al menos no quiero creerlo.
De repente se oye un golpe. Lo identifico como que alguno de los dos le ha pegado un puñetazo a la pared, la cual está conectada al salón. Esto hace que me ponga tenso y apriete los puños. Carlos jamás se atrevería a alzarle la mano a mi madre. Sé que él no es de esos. O al menos no quiero creerlo.
Hugo y yo salimos rápidamente del comedor y nos metemos en su habitación para contemplar con nuestros propios ojos lo que acaba de suceder. La que había pegado el puñetazo a la pared, había sido mi madre, no Carlos, ya que ahora se encuentra tumbada en la cama, frotándose los nudillos enrojecidos por el impacto. Puedo apreciar cómo las lágrimas recorren sus mejillas hasta precipitarse a su regazo.
– ¡No pienso llevar a mi hijo a un sitio así! – Le grita mi madre con total descaro a Carlos. – ¡Me niego!
– ¡Es lo mejor! – Insiste Carlos. Mi hermano y yo no entendemos nada. ¿A quién van a meter en dónde?
Carlos se cerciora de nuestra presencia en la puerta de la habitación y nos obliga a adentrarnos más en ella. Obedecemos sin pronunciar palabras, ya que estamos asustados por lo ocurrido recientemente. ¿Qué se trae entre manos?
– Hugo, te vamos a ingresar en un centro de desintoxicación.
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