Guardo todo el material que realmente no he utilizado a lo largo de la clase, y me cuelgo la mochila a la espalda, a la vez que sujeto un bolígrafo entre los dedos. Subo la silla, intentando así evitar el momento de tener que acercarme y probablemente mantener una breve pero intensa conversación. No siento ni las ganas ni la necesidad de verme obligado a sujetar aquella mirada que anteriormente, irradiaba amistad en vez de odio.
Cuando ya no tengo nada más que hacer, nada a lo que agarrarme para no tener que cruzar las miradas, me dirijo hasta su mesa, donde me encuentro con que todavía está escribiendo cualquier lección, a la cual no he prestado atención, plasmada en la pizarra. Ni siquiera es consciente de mi presencia, está demasiado ocupada en su trabajo. Sin hacer ningún ruido, me pongo a su espalda haciendo que no pueda verme y me acerco lentamente a la altura de su oreja derecha para mirar su archivador.
– Bolígrafo lleva tilde en la 'i'. – Le recuerdo a la vez que le dejo el boli dentro del estuche. Acorde a mi plan, no se ha percatado de mi presencia hasta este preciso momento, en el cual no ha podido evitar pegar un bote, asombrada. Suelto una pequeña risa en dirección al suelo que piso. – Por cierto, bonita letra.
– ¿Tú quieres matarme? – Me acusa todavía con el susto en el cuerpo.
– No, si quieres te ayudo a recoger.
– No hace falta que te molestes. – Me explica sin tan siquiera dirigirme la mirada. – Tengo un par de manos, ¿sabes?
Alzo las dos manos con las palmas abiertas, dando largas zancadas para atrás, representando mi inocencia. Justo antes de girarme, por el rabillo del ojo, he podido contemplar cómo una sonrisa se ha dibujado en su rostro. Lo ha intentado ocultar, pero no ha podido resistirlo. Ya ni me acordaba de cómo era, llevo sin sacarle una sonrisa desde hace muchos años. Es realmente satisfactorio. En ese mismo instante, suena el timbre y salgo de clase para apoyarme en la pared de enfrente y esperar hasta que salga Víctor.
Cuando le veo aparecer agarrado a las asas de su mochila, le indico que se acerque. Me obedece sonriente, y juntos bajamos las escaleras hasta llegar al patio. No pronunciamos palabra hasta que salimos al exterior del recinto escolar. En cuanto esto sucede, en mi interior recorre una sensación de libertad, pero a la vez de opresión. No puedo evitar pensar en lo que va a ocurrir en cuanto mi hermano y yo lleguemos a casa. No me quiero imaginar cuál será la reacción de mi madre, tengo miedo de que su enfado le eche de casa, impidiéndole un futuro paso. Tampoco creo que esa sea su reacción, puesto que mi madre es una mujer que sabe escuchar, pero cuando llevas seis horas sin saber de tu hijo, del cual la única información que posees es que ha ocurrido algo malo de lo cual ha huido, lo último que hará será darle la bienvenida a casa.
– ¿Entonces vendrá tu hermano a pos nosotros? – Me pregunta Víctor animadamente recordando las palabras de Hugo. Esa noticia supone una alegría para Víctor, puesto que no hay cosa que más odie que ir en autobús.
– Supongo. – Contesto mirando al horizonte. – Aunque si no lo hiciera, no me sorprendería. Ya nada puede sorprenderme.
Víctor posa su mano derecha sobre mi espalda, dando un par de toques, intentando apoyarme a su manera. Caminamos hacia el aparcamiento, justo al lado de donde paran los autobuses, y esperamos apoyados en un poste. Todo el alumnado sube a los autobuses, felices de concluir con un nuevo día lectivo, pero yo nunca pensé que pudiera tener tanto miedo de llegar a casa. No quiero irme. Siento ser cobarde, pero no hay otra manera de definir lo que siento, tengo mucho miedo de los futuros acontecimientos. Lo desconocido es definitivamente, desagradable. La incertidumbre de no saber lo que te deparará el destino dentro de un momento, es exasperante.
Después de cinco minutos, después de que todos los autobuses escolares hayan abandonado sus plazas, un coche gris metálico completamente desconocido para mí, se acerca a gran velocidad. En cuanto se para frente a nosotros, los cuales no hemos podido evitar dar un paso atrás, por precaución, soy consciente de que quien conduce dicho vehículo nunca antes visto, es mi hermano.
– Subid. – Sentencia sin tan siquiera mirarnos.
Hacemos caso de su monótona palabra y ambos nos adentramos a la parte trasera del coche, realmente no tengo ganas de vérmelas con mi hermano, por lo que mejor es esconderse. Durante el trayecto ninguno de los tres comenta nada, ni hace amago de iniciar una conversación. Un silencio incómodo que se torna tenso, es acumulado en el interior del vehículo, y no yace hasta que salimos del coche.
– Gracias por traerme, Hugo. – Mi hermano le regala una media sonrisa, por educación, pero realmente tiene la mirada perdida, y no siente nada. Me da un par de golpes en el hombro, y mueve los labios formando la palabra 'Suerte', para que mi hermano no le escuche. Le doy las gracias y observo cómo se adentra en su edificio.
Hugo y yo bajamos del coche de procedencia desconocida por mi parte, y nos acercamos en silencio hasta el portal. Contemplo cómo saca lentamente las llaves del bolsillo de sus vaqueros, y cuando lo hace, encierra las llaves en un puño y alza la mirada para encontrarse con la mía por primera vez desde esta mañana.
– Si mamá te echa las culpas de cualquier cosa que se le ocurra, no te preocupes, no pienso meterte en mis líos. – Me tranquiliza.
Me asombra escuchar esas palabras provenientes de los labios de aquel que identifico como mi hermano mayor. Aquel que estuvo a punto de introducir mi cabeza en un inodoro por pura diversión, aquel que me hizo disfrazar de niña si no quería llevarme una paliza. Cierto es aquello de que desde esta mañana, nada es como creía saber, por lo tanto, y como ya he dicho antes, no he de sorprenderme.
De pronto todas aquellas jugarretas que me hizo, todas esas bromas pesadas que llegaron a hacerme llorar, las aparto de mi memoria. Las aparto para comenzar a pensar en él, en mi hermano. Aquella persona que a pesar de todo, siempre me ha dejado las cosas claras, nunca se ha andado por las ramas y siempre me hizo ver la realidad tal cual. Decido no ser un obstáculo más para él, sino un apoyo, alguien en quien poder confiar, alguien que te sea fiel incondicionalmente. Alguien que simplemente, le ayude.
– Hugo, no pienso dejarte caer solo.
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