– Cielo, despierta. – Me pide una suave voz a la vez que me zarandea pacientemente.
Emito una especie de gruñido que suena a persona muerta. En cuanto puedo abrir los ojos, los cierro de inmediato. Ha encendido la luz de mi habitación, y no puedo evitar reaccionar cual vampiro. Escucho los pasos satisfechos de mi madre saliendo de la habitación, tras haber conseguido despertarme.
Me froto los ojos con el dorso de la mano y me desperezco. Hoy ha sido una noche sin sueños, eso implica que he comenzado bien el día, no me gusta soñar cosas, suelen significar algo. Desde que lo descubrí, me da miedo tener pesadillas. Dicen que los sueños nos dan respuestas a nuestras dudas. ¿Y si soñamos con una silla? ¿Qué significa? Yo, rizando el rizo, como de costumbre.
Tras un perezoso minuto consigo ponerme en pie. Al hacerlo, un escalofrío recorre mi espalda desnuda. Hace frío, en verano. ¿O es invierno? Ya no sé ni dónde estoy. Agarro una camiseta granate que he dejado sobre el respaldo de mi silla, y me la pongo para abrigarme temporalmente. Extraño. Al salir al pasillo, descubro el motivo de mi sensibilidad corporal. Mi hermano ha puesto el aire acondicionado. En mi casa jamás se ha puesto un aire acondicionado por la mañana, está en contra de las reglas. ¿Qué habrá llevado a que esta regla sea destruida? Camino arrastrando los pies hasta el baño para deshacerme de las legañas que me dificultan la visión. En cuanto termino de asearme, recorro el pasillo hasta llegar a la cocina, donde sorprendentemente, me espera un tazón de cereales con leche. Hace años que mi madre no me prepara el desayuno.
– ¿Y esto? – Pregunto, todavía asombrado.
– Estoy viendo si así llegas antes a clase. – Me explica todavía en pijama con su taza de café. – ¡Vamos! ¿A qué esperas? – Me insiste.
Con una sonrisa en la cara, comienzo a engullir, literalmente, el bol de cereales. Normalmente no tengo hambre cuando me levanto, pero con este pequeño detalle, me ha entrado el apetito. Vaya, ¿estaré en lo cierto cuando digo que es un gran día? En menos de cinco minutos, dejo mi tazón de cereales en el fregadero, le doy las gracias a mi madre, y le regalo un beso en la mejilla. Si le tengo aprecio a alguien, es a ella. ¿Quién sino fue capaz de cuidar soltera a dos niños rebeldes? Tengo la mejor madre del mundo.
– ¡Donna! ¿Y las llaves del coche? – Escucho gritar a Carlos desde su habitación.
– ¿No están en la habitación? – Le pregunta ella con el mismo volumen de sonido.
De repente, se escuchan unas grandes pisadas irrumpir el entrecomillado silencio. ¿Quién decide correr por su casa de buena mañana? Miro alarmado a mi madre, puesto que las susodichas pisadas suenan cercanas, y en respuesta, únicamente se encoge de hombros. A continuación se escucha un fuerte portazo. Mi madre y yo salimos de la cocina y comprobamos que se trata de nuestra puerta. ¿Qué ha sucedido?
– ¿Hugo? – Le llama mi madre, sin recibir respuesta.
Salgo corriendo en dirección hacia su habitación y me encuentro con que no hay nadie. ¿Por qué ha desaparecido? ¿Adónde ha ido y por qué? Me siento como Sherlock Holmes, en busca de alguna clase de pista, pero ni soy Sherlock Holmes, ni veo pistas, por lo que vuelvo junto a mi madre sin ningún hallazgo.
– Voy a ver si está abajo.
Mi madre asiente con la cabeza, sin pronunciar palabra. Carlos la ha abrazado, puesto que ha comenzado a temblar, su rostro de angustia y preocupación hace que se me encoja el estómago. No puedo durar ni dos segundos viéndola así, me parte el corazón. A continuación salgo corriendo, sin dar un portazo y bajo las escaleras con velocidad y habilidad hasta llegar al rellano. No hay indicios de él, por lo que salgo a la puerta. Ahí está, sentado sobre la acera, con la cabeza gacha.
– ¿Hugo? – Le llamo la atención mientras me acerco lentamente. – ¿Qué ocurre?
A medida que me acerco, escucho lo que reconozco como sollozos, pero intento descartar la idea, puesto que me parece ridículo e imposible, siendo mi hermano de quien estamos hablando, pero al llegar a su altura, compruebo que estaba en lo cierto. Las lágrimas resbalan por sus mejillas, precipitándose sobre el enlosado suelo. Nunca he visto a mi hermano llorar, por lo que me resulta extraño y no tengo ni idea de cómo reaccionar. Inconscientemente no puedo evitar quedarme contemplando sus ojos, los cuales veo más brillantes por las lágrimas. De inmediato vuelvo al mundo al que pertenezco, y me siento a su lado.
– Eh, Hugo, cuéntamelo. – Le suplico en una especie de siseo.
Antes de que le de tiempo a explicarme lo sucedido, el sonido de una puerta abriéndose nos obliga a girar la cabeza. Por dicha puerta aparece Víctor, con una camiseta roja con un pequeño bolsillo en el pecho, unos pantalones negros y unos zapatos del mismo color que la camiseta. No me había dado cuenta de que todavía iba en pijama, qué vergüenza. Víctor se acerca con gesto extrañado y asustado a la vez.
– ¿Óliver? ¿Hugo? – Nos nombra mirándonos respectivamente. – ¿Qué pasa aquí?
Ambos insistimos con la mirada a Hugo, para que nos cuente de una vez por todas qué ha ocurrido, me está preocupando. ¿Tiene algo que ver con las llaves del coche de Carlos? ¿Habrá cogido su coche y sin querer lo habrá estrellado? ¿Habrá atropellado a alguien? No tengo ni idea.
– La he cagado. – Confiesa por fin. – La he cagado pero bien.
Por lo visto, al final no va a ser un buen día.
Por lo visto, al final no va a ser un buen día.
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