viernes, 28 de diciembre de 2012

19. PROBLEMAS.


No alcanzamos a comprender ninguno de los presentes en la sala el por qué del simultáneo rechazo de Carlos por las disculpas de Hugo. Acierto a comprender que se trata de su coche, el cual es su único medio de transporte hasta las puertas de su trabajo, pero también está en juego la salud de su prácticamente hijo. Nunca le he llamado por ese nombre, pero yo ya siento que Carlos es como mi padre, puesto que mi padre biológico, prácticamente no existe para mí.
– Está alterado. – Intenta excusarle mi madre a duras penas. – Hablaré con él.
– No creo que debas meterte. – Añade Hugo, advirtiéndole de las posibles consecuencias de su postura en defensa de su hijo.
Mi madre se limita a gesticular una mueca en su rostro cansado. Ella siempre ha sido una mujer muy alegre, es aquella mujer que jamás podrás conseguir ver deprimida. Pero es simplemente una faceta, un máscara que se pone cuando sale a la calle. No es la mujer más feliz del universo. Tiene una familia que cuidar, con dos hijos que dan bastantes problemas, y un marido que pasa más tiempo en el trabajo que con ella. La empatía me hace ponerme en su lugar, y no puedo evitar sentir respeto hacia ella, por conseguir salir adelante, sin dejar que la presión cunda. Ella es mi heroína, y no hace falta tener superpoderes para serlo.
Sale con cuidado del salón dejándonos a Hugo y a mí solos en la poco lúcida habitación. Pongo toda mi atención en una pequeña figura de madera, con forma de corazón. Es un regalo que le hice a mi madre en el colegio, por el día de la madre. La profesora nos dio a todos un trozo de madera con forma de corazón exactamente igual, y nos indicó que pintásemos algo especial para nuestras madres. Nunca he sido muy artístico, por lo que le puse: 'Te quiero, mamá', y aunque tras pasar los años,y verlo ahí, lo he visto más cutre y ridículo, cada vez que mi madre le lanza una mirada, sonríe. No le suelo hacer muchos regalos, puesto que ando escaso de presupuesto, pero sé que con eso conseguí, consigo y conseguiré sacarle una sonrisa siempre.
– Eh, ¿estás bien? – Le pregunto amablemente posando una mano sobre su espalda. – Te veo pálido.
– Óliver, no lo he pasado más mal en mi vida. – Me confiesa suspirando con pesadez. – ¿Qué va a ser de mí? – Añade.
Realmente no tengo ni idea de lo que va a ocurrir con él. Al principio, sin ser conocedor de la reacción de Carlos, llegué a creer que le apoyarían ambos hasta el último momento. Por una parte he estado en lo cierto, ya que mi madre ha ofrecido su ayuda y preocupación ante la extraña actitud de su hijo mayor. Pero en cuanto Carlos ha alzado la voz, se ha mostrado recelosa. ¿Acaso le teme? Sé que quiere cuidar de su matrimonio, y no acabar como el primero. Pero no comprendo que se calle sus opiniones en cuanto él toma el mando de la situación. Hay que respetar los ideales hasta el final, las opiniones, todo. Sino, aparentaremos ser más débiles de lo que realmente somos.
– Confía en mamá – Intento calmarle con mis palabras – , ella sabrá manejar la situación.
Me ofrece una media sonrisa, la cual sé que muestra su agradecimiento por el apoyo y comprensión que le he estado otorgando hasta ahora. Ambos estamos sorprendidos de mi reacción, seguramente tenía miedo de que llegase a pensar que él era un monstruo, y rechazaría escuchar cualquier tipo de explicación, pero se hace una falsa idea de mí. Puedo decir todas las cosas malas que tiene mi hermano, pero todos tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos, y debemos saber vivir con los nuestros y con los de los demás.
– ¿Crees que soy un gilipollas?
La pregunta me pilla de improvisto. En cualquier otra situación le habría contestado afirmativamente, pero en estos momentos hay que ser serios, esto no es un juego. ¿Que si creo que es gilipollas? La verdad es que no, solamente pienso que ha sido humano, y como todo humano, ha sido débil. En un inquietante momento de vulnerabilidad, el ataque de una serpiente ha incidido sobre él, prometiéndole un cambio en su desviada vida. Solamente se la han jugado en el momento menos oportuno, ha sido víctima de un ataque psicológico y prometedor.
– No. – Una respuesta simple, pero efectiva.
Contemplo su rostro satisfecho, al conocer mi reacción negativa, con eso le basta, supongo que realmente es una duda que se plantea. ¿Cuán dura será la presión de vivir bajo algo con más fuerza que tú? Es como una especie de esclavo metafórico, prisionero de las drogas. No creo que yo alguna vez pueda llegar a su situación, aunque tampoco me lo esperaba de él. Somos impredecibles, lo mejor es no comentar algo desconocido, podemos meter la pata.
La verdad es que yo no soy tan fiestero como mi hermano. Salgo de fiesta, sí, casi todos los fines de semana, pero él también sale entre semana, y eso es algo que yo no me puedo permitir. Mi consumición de alcohol no es excesiva, comparada con la media. Normalmente tomo cerveza, puesto que no soy muy aficionado a los millones de tipos de cócteles, por lo que es de lo que realmente me abastezco. Un domingo por la mañana, mi estómago solo contiene cerveza. Tardo en ponerme 'contentillo', puesto que ya llevo unos tres años saliendo por ahí. De pequeño siempre decía que el alcohol era algo que jamás probaría. Tonto e ingenuo. Lo bien que lo he pasado todas esas noches. O al menos eso me contaron.
Mientras que mi hermano y yo estamos envueltos en un extraño silencio, sumidos en nuestros respectivos pensamientos, comienza a escucharse un murmullo cada vez más alto y cargado de ira. Lo peor es que no se trata de los vecinos, sino que proviene de la habitación de al lado. La de Carlos y mi madre. Hugo y yo nos miramos a la vez, con gesto alarmado, e instintivamente nos ponemos los dos en pie. ¿A tanto ha llegado la charla? Se ha convertido en una auténtica discusión. Retiro lo anterior dicho de que mi madre no defiende sus opiniones como debería.
– ¿Qué coño ocurre? – Me pregunta Hugo, de forma retórica.
De repente se oye un golpe. Lo identifico como que alguno de los dos le ha pegado un puñetazo a la pared, la cual está conectada al salón. Esto hace que me ponga tenso y apriete los puños. Carlos jamás se atrevería a alzarle la mano a mi madre. Sé que él no es de esos. O al menos no quiero creerlo.
Hugo y yo salimos rápidamente del comedor y nos metemos en su habitación para contemplar con nuestros propios ojos lo que acaba de suceder. La que había pegado el puñetazo a la pared, había sido mi madre, no Carlos, ya que ahora se encuentra tumbada en la cama, frotándose los nudillos enrojecidos por el impacto. Puedo apreciar cómo las lágrimas recorren sus mejillas hasta precipitarse a su regazo.
– ¡No pienso llevar a mi hijo a un sitio así! – Le grita mi madre con total descaro a Carlos. – ¡Me niego!
– ¡Es lo mejor! – Insiste Carlos. Mi hermano y yo no entendemos nada. ¿A quién van a meter en dónde?
Carlos se cerciora de nuestra presencia en la puerta de la habitación y nos obliga a adentrarnos más en ella. Obedecemos sin pronunciar palabras, ya que estamos asustados por lo ocurrido recientemente. ¿Qué se trae entre manos?
– Hugo, te vamos a ingresar en un centro de desintoxicación.

martes, 25 de diciembre de 2012

18. ERRORES.


La dureza ejercida por parte de mi madre en nuestra educación, nunca ha sido del todo notable. Empleaba medios verbales, intentando hacernos entrar en razón, y que nosotros mismos nos percatásemos de nuestros propios errores, que los analizásemos, y a partir de ahí, cuidarlos. Esa tarea no nos resulto fácil ni a mí, ni a mi hermano, pero mi madre lo intentó hasta el final, y sin rendirse, todavía vive inculcándonos ese pequeño valor moral, haciéndonos crecer como personas, no como animales.
No consigo imaginarme su cercana reacción, al conocer la historia. No he sentido más miedo desde que vi cuatro películas de Saw en una tarde. Aquello fue una tortura psicológica. Aunque no llega ser del todo miedo, sino preocupación, ya que no es mi problema, sino el de mi hermano, por lo tanto es él el que debe sentir miedo, aunque su rostro se torna impasible. No puedo hacer más que acompañarle en su error, y apoyarle hasta el final, e intentar que no se venga abajo. Todo tiene solución, el problema está en la fuerza de voluntad empleada. Pero yo sé que mi hermano tiene la capacidad suficiente como para superar el problema con el que tanto tiempo lleva conviviendo.
El peso psicológico que ambos llevamos encima, no es factible que sea transportado por unas escaleras, por lo que hemos decidido subir en ascensor, aunque vivamos en un primer piso. Supongo que es para retardar el momento, no puedo evitar lanzarle una rápida mirada a mi hermano, el cual se sitúa a mi izquierda, dando pequeñas patadas al suelo, las cuales indican su nerviosismo ante la situación.
Tras la interminable subida por el ascensor hasta el primer piso, las puertas de este se abren de par en par, dando lugar a un no muy largo pasillo, el cual da dos salidas. Derecha e izquierda. Nosotros nos dirigimos hacia la izquierda, donde se encuentra la única puerta, que es donde vivimos. Como llevo las llaves en la mano desde que he bajado del coche, me encargo de abrir la puerta. Realizo el giro con pequeños altercados, ya que no puedo evitar comenzar a sentirme nervioso y temblar. Ojalá pudiese desaparecer ahora mismo, pero he de apoyar a mi hermano, me necesita más que nunca.
– Espera. – Me para mi hermano cuando por fin he introducido la llave en la ranura. – ¿No oyes eso?
Petrificado, intento identificar el sonido que efectivamente escucho, pero no consigo descifrar. Después de escuchar un largo barullo de voces, peleando, comienza a sonar un sollozo que aumenta hasta rozar el llanto. Abro con la puerta de una vez por todas, puesto que he conseguido reconocer aquellos respectivos llantos. Mamá.
– ¿Quién es? – Escuchamos preguntar a Carlos enfurecido desde su habitación. – ¡Hugo!
Carlos se acerca hasta nosotros con una mezcla de enfado y desahogo, considero que le hemos quitado un peso de encima. De la puerta, tras él, aparece mi madre, con el rostro cubierto en lágrimas, que se precipitan contra el claro suelo de madera. Puedo atisbar en su mirada el dolor y sufrimiento que ha llegado a sentir durante estas últimas horas. Al verla en pijama, comprendo que ni siquiera ha ido a trabajar, y por lo que parece, Carlos tampoco.
– ¿Dónde estabas? – Le dice Carlos, enfadado agarrando a mi hermano del cuello de la camiseta. – ¿Dónde coño estabas, Hugo?
– ¡Para! – Le grito a Carlos, el cual continuaba apretando cada vez más la camiseta de Hugo. – ¡Quítale las manos de encima! Sentaos y os lo explicará.
– Hugo, por favor... – Consigue decir mi madre, con un hilo de voz.
Hugo, en estado de shock, se lleva una mano al cuello, el cual contemplo que está enrojecido. ¿Qué mosca le ha picado? Se preocupa por él, pero luego le agrede de esa manera. Sé que han pasado como siete horas desde que Hugo se ha escapado de casa, incomunicado, sin pronunciar una mínima palabra, pero tiene sus motivos, y ni se ha molestado en prestarle unos minutos de atención. Se le ha echado al cuello en cuanto ha tenido la oportunidad. No puedo evitar mirar a Carlos con todo el odio que puedo. Me indignan sus modales.
Mi madre camina, en cabeza, hasta el salón-comedor, donde nos pide que tomemos asiento. Dejo que Hugo se siente en el sillón de cuero marrón, y mi madre, Carlos y yo, le imitamos, con la única diferencia de que lo hacemos sobre el sofá. Tras un minuto en silencio, le lanzo una mirada a Hugo, insistiéndole en que tome una iniciativa, pero mi madre se nos adelanta.
– ¿Estás bien? – Formula aquella pregunta intentando deshacerse de las lágrimas con el dorso de su mano. Puede parecer una simple pregunta, pero sé que es lo que realmente le preocupa a mi madre. Ella no es una persona materialista, si has roto algo, lo primero que te preguntará es si te has hecho daño. A mi madre le trae sin cuidado si mi hermano ha estampado el coche o no, pero creo que la cosa cambiará en cuanto sepa que lo ha vendido por una felicidad envasada.
– Técnicamente, sí.
– ¿Y mi coche? – Explota Carlos con el mismo tono enfurecido de antes, solamente que sin gritar.
Hugo se agarra, asustado, a los brazos del sillón de cuero. Si tuviera las uñas largas, tengo claro que dejaría marcas. Odio ver a mi hermano así. Taciturno, lúgubre. Puede que haya hecho mal, pero todos cometemos errores, todos caemos, y siempre nos levantamos, pero a unos les cuesta más que otros, y siempre habrá gente que nos impedirá ponernos en pie, por lo que hay que darle una patada al mundo, y seguir adelante. No puedo seguir así, en esta incertidumbre, por lo que estallo, y les cuento todo a Carlos y a mi madre, los cuales me miran estupefactos, tanto a mí, como a mi hermano, a lo largo de mi explicación. En cuanto termino la historia, veo cómo mi hermano espera, tenso, una reacción por parte de mis padres.
– Cielo, ¿por qué? – Noto decepción en su voz, hasta que mi madre se pone en pie, se acerca a mi hermano y le encierra en uno de sus abrazos. – Tendrías que habernos pedido ayuda desde el principio.
– Mamá, te prometo que haré lo que sea por salir de esta mierda. – Pronuncia mi hermano encerrando el rostro en el hombro de mi madre, los cuales todavía siguen abrazados. – Lo prometo.
Después de un largo minuto, se separan y mi hermano se vuelve a sentar en el sillón. Me pone una mano en el hombro, dándome las gracias en silencio. Ha salido muchísimo mejor de lo que me esperaba. Me imaginaba muchos más gritos y llantos, supongo que mi mente está preparada para lo peor. O puede que no.
– Yo no acepto promesas. – Sentencia Carlos antes de desparecer por la puerta del salón.

jueves, 20 de diciembre de 2012

17. FAMILIA.


Guardo todo el material que realmente no he utilizado a lo largo de la clase, y me cuelgo la mochila a la espalda, a la vez que sujeto un bolígrafo entre los dedos. Subo la silla, intentando así evitar el momento de tener que acercarme y probablemente mantener una breve pero intensa conversación. No siento ni las ganas ni la necesidad de verme obligado a sujetar aquella mirada que anteriormente, irradiaba amistad en vez de odio.
Cuando ya no tengo nada más que hacer, nada a lo que agarrarme para no tener que cruzar las miradas, me dirijo hasta su mesa, donde me encuentro con que todavía está escribiendo cualquier lección, a la cual no he prestado atención, plasmada en la pizarra. Ni siquiera es consciente de mi presencia, está demasiado ocupada en su trabajo. Sin hacer ningún ruido, me pongo a su espalda haciendo que no pueda verme y me acerco lentamente a la altura de su oreja derecha para mirar su archivador.
– Bolígrafo lleva tilde en la 'i'. – Le recuerdo a la vez que le dejo el boli dentro del estuche. Acorde a mi plan, no se ha percatado de mi presencia hasta este preciso momento, en el cual no ha podido evitar pegar un bote, asombrada. Suelto una pequeña risa en dirección al suelo que piso. – Por cierto, bonita letra.
– ¿Tú quieres matarme? – Me acusa todavía con el susto en el cuerpo.
– No, si quieres te ayudo a recoger.
– No hace falta que te molestes. – Me explica sin tan siquiera dirigirme la mirada. – Tengo un par de manos, ¿sabes?
Alzo las dos manos con las palmas abiertas, dando largas zancadas para atrás, representando mi inocencia. Justo antes de girarme, por el rabillo del ojo, he podido contemplar cómo una sonrisa se ha dibujado en su rostro. Lo ha intentado ocultar, pero no ha podido resistirlo. Ya ni me acordaba de cómo era, llevo sin sacarle una sonrisa desde hace muchos años. Es realmente satisfactorio. En ese mismo instante, suena el timbre y salgo de clase para apoyarme en la pared de enfrente y esperar hasta que salga Víctor.
Cuando le veo aparecer agarrado a las asas de su mochila, le indico que se acerque. Me obedece sonriente, y juntos bajamos las escaleras hasta llegar al patio. No pronunciamos palabra hasta que salimos al exterior del recinto escolar. En cuanto esto sucede, en mi interior recorre una sensación de libertad, pero a la vez de opresión. No puedo evitar pensar en lo que va a ocurrir en cuanto mi hermano y yo lleguemos a casa. No me quiero imaginar cuál será la reacción de mi madre, tengo miedo de que su enfado le eche de casa, impidiéndole un futuro paso. Tampoco creo que esa sea su reacción, puesto que mi madre es una mujer que sabe escuchar, pero cuando llevas seis horas sin saber de tu hijo, del cual la única información que posees es que ha ocurrido algo malo de lo cual ha huido, lo último que hará será darle la bienvenida a casa.
– ¿Entonces vendrá tu hermano a pos nosotros? – Me pregunta Víctor animadamente recordando las palabras de Hugo. Esa noticia supone una alegría para Víctor, puesto que no hay cosa que más odie que ir en autobús.
– Supongo. – Contesto mirando al horizonte. – Aunque si no lo hiciera, no me sorprendería. Ya nada puede sorprenderme.
Víctor posa su mano derecha sobre mi espalda, dando un par de toques, intentando apoyarme a su manera. Caminamos hacia el aparcamiento, justo al lado de donde paran los autobuses, y esperamos apoyados en un poste. Todo el alumnado sube a los autobuses, felices de concluir con un nuevo día lectivo, pero yo nunca pensé que pudiera tener tanto miedo de llegar a casa. No quiero irme. Siento ser cobarde, pero no hay otra manera de definir lo que siento, tengo mucho miedo de los futuros acontecimientos. Lo desconocido es definitivamente, desagradable. La incertidumbre de no saber lo que te deparará el destino dentro de un momento, es exasperante.
Después de cinco minutos, después de que todos los autobuses escolares hayan abandonado sus plazas, un coche gris metálico completamente desconocido para mí, se acerca a gran velocidad. En cuanto se para frente a nosotros, los cuales no hemos podido evitar dar un paso atrás, por precaución, soy consciente de que quien conduce dicho vehículo nunca antes visto, es mi hermano.
– Subid. – Sentencia sin tan siquiera mirarnos.
Hacemos caso de su monótona palabra y ambos nos adentramos a la parte trasera del coche, realmente no tengo ganas de vérmelas con mi hermano, por lo que mejor es esconderse. Durante el trayecto ninguno de los tres comenta nada, ni hace amago de iniciar una conversación. Un silencio incómodo que se torna tenso, es acumulado en el interior del vehículo, y no yace hasta que salimos del coche.
– Gracias por traerme, Hugo. – Mi hermano le regala una media sonrisa, por educación, pero realmente tiene la mirada perdida, y no siente nada. Me da un par de golpes en el hombro, y mueve los labios formando la palabra 'Suerte', para que mi hermano no le escuche. Le doy las gracias y observo cómo se adentra en su edificio.
Hugo y yo bajamos del coche de procedencia desconocida por mi parte, y nos acercamos en silencio hasta el portal. Contemplo cómo saca lentamente las llaves del bolsillo de sus vaqueros, y cuando lo hace, encierra las llaves en un puño y alza la mirada para encontrarse con la mía por primera vez desde esta mañana.
– Si mamá te echa las culpas de cualquier cosa que se le ocurra, no te preocupes, no pienso meterte en mis líos. – Me tranquiliza.
Me asombra escuchar esas palabras provenientes de los labios de aquel que identifico como mi hermano mayor. Aquel que estuvo a punto de introducir mi cabeza en un inodoro por pura diversión, aquel que me hizo disfrazar de niña si no quería llevarme una paliza. Cierto es aquello de que desde esta mañana, nada es como creía saber, por lo tanto, y como ya he dicho antes, no he de sorprenderme.
De pronto todas aquellas jugarretas que me hizo, todas esas bromas pesadas que llegaron a hacerme llorar, las aparto de mi memoria. Las aparto para comenzar a pensar en él, en mi hermano. Aquella persona que a pesar de todo, siempre me ha dejado las cosas claras, nunca se ha andado por las ramas y siempre me hizo ver la realidad tal cual. Decido no ser un obstáculo más para él, sino un apoyo, alguien en quien poder confiar, alguien que te sea fiel incondicionalmente. Alguien que simplemente, le ayude.
– Hugo, no pienso dejarte caer solo.

lunes, 17 de diciembre de 2012

16. INOCENCIA.


– ¡Te pillé! – Escucho decir a alguien detrás de mí, el cual me tiene sujeto por la cintura.
Me giro para ver de quién se trata, pero anteriormente tenía la ligera idea de quién era. Y efectivamente, estaba en lo cierto. Alicia. Me siento más alto de lo normal a su lado, es bastante menuda, y forma parte de su personalidad dulce. Es una especie de peluche. Cuando la ves por primera vez, inevitablemente muestra la impresión de ser una chica frágil y tierna. Con lo de tierna, aciertas, pero de frágil tiene poco. Tiene más huevos que muchos de los chicos que conozco, y por eso me da miedo que llegue el día de dejarla. Ese día que se torna cercano. Quizás nos encontremos en la víspera.
– Hola pequeña, ¿qué tal en Física? – Le pregunto amablemente a la vez que le regalo un suave beso.
– ¡Fatal! – Grita en medio del alborotado pasillo. – Odio a ese tío, le hace falta un buen polvo.
Me agarra de la mano y camina realizando una extraña danza. Lo que más me gusta de ella, es que es infantil. A veces siento como si tuviera que protegerla del mundo exterior, es una sensación extraña. Sin duda Alicia entra en la lista de las mejores parejas. En la cual habrá unos diez nombres.
Conozco a Alicia desde el colegio, ella iba a la otra clase, y como nunca nos relacionábamos con ellos, técnicamente fue en la secundaria cuando la conocí en realidad. Nunca he tenido mucho contacto con ella, el año pasado comenzamos a hablar por Tuenti, y descubrí que era muy maja, y al saber mi hermano de su existencia, le dio el visto bueno. Por una parte me dio lástima tener que hacerle eso, pero no me arrepiento de estar manteniendo esta extraña relación con ella. Es de las más largas, quizá la que más tiempo he mantenido a lo largo del reto. Llevo tres meses con ella, supongo que le he cogido cariño, pero mi hermano ya me está metiendo prisas. Me queda menos de un mes.
– Espero que no seas tú la encargada. – Comento para hacer la gracia.
– Pues yo espero que no seas tú, sinceramente. – Me contesta antes de soltar una sonora carcajada que suena como música en mis oídos. Sin poder evitarlo, siento la necesidad de saborear sus labios.
No dudo en hacerlo, por lo que nos retiramos hasta la pared, para no cortar el paso, y entre risas, le doy suaves besos por el cuello hasta llegar a sus labios. Cuando me separo lentamente de ella para coger aire, veo cómo me sonríe. Al verla reaccionar de esa manera, no puedo evitar hacer lo mismo. Es realmente contagioso. ¿Estará realmente enamorada de mí? ¿No se habrá preguntado alguna vez si será 'otra más'? Serían preguntas que debería haberse hecho, ya que es bien sabido que mi reputación no se basa en el respeto y amor hacia las mujeres. Debe de haber algo más, estoy seguro.
Salimos al recreo, y a lo lejos veo cómo mis amigos ya se han instalado en su sitio habitual. No muy lejos de ellos, se encuentra Arancha, jugando al baloncesto sin apartar la vista del pequeño corro que forman. Esa niña me da mucho miedo, podría protagonizar perfectamente cualquier película de terror. Yo la contrataría.
– Me voy con Inma y Ana. – Me anuncia tras poner un pie en los escalones. – ¿Quedamos luego?
– Esta tarde tengo entrenamiento, luego hablamos. – Le contesto con gesto falsamente apenado. Realmente no tengo entrenamiento. Necesito estar en mi casa para presenciar el fin del mundo que se avecina con la historia de Hugo. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza nada más con recordarlo. – Ah, y dile a Moco que si no sabe utilizar el número oculto, que no lo intente, que si quiere llamarme por las noches, no necesita el anonimato.
– Es que estaba un poco pedo. – La excusa con una ancha sonrisa. – Ana y yo, aprovechándonos de su móvil con tarifa plana, decidimos gastarte una broma, pero no sabíamos utilizar el oculto, lo siento. – Dice esto último haciendo pucheros.
Le revuelvo el pelo, cosa que le molesta y le doy un beso en la mejilla. Sale corriendo hasta las ventanas, donde se reúne con sus dos queridas amigas. De camino a donde se encuentran mis amigos, Inma, más conocida como Moco, me muestra su dedo corazón. Siempre me ha odiado sin motivo alguno, será porque me llevo metiendo con ella desde preescolar. Qué rencorosa puede llegar a ser la gente.
Camino con paso ligero hasta mis amigos, que me ven llegar con una sonrisa en la boca. Hoy está siendo un día extraño, pero no sé por qué, estoy extrañamente feliz. Me siento con las piernas cruzadas al lado de Víctor, el cual está engullendo un bocadillo del tamaño de mi brazo. Saludo al resto de los presentes, sin recibir respuesta, y de la mochila saco una manzana que la madre de Víctor se ha molestado en meter.
– Óliver, ¿esa camiseta no es de Víctor? – Me pregunta Sofía a la vez que me inspecciona con la mirada.
– ¿Y esos pantalones no lo son también? – Pregunta a la vez Natalia, con el mismo gesto de confusión.
Miro sinuosamente a Víctor, el cual me observa expectante. ¿Qué podría decirles? Mentir es mi virtud y a la vez mi defecto, pero no sabría qué contestarles. Algo tan simple como eso, encierra una larga historia, menos mal que mis amigos no le dan mucha importancia a las cosas.
– Sí, me apetecía cambiar de look.
En respuesta recibo un conjunto encogimiento de hombros. Realmente preguntan por preguntar, no somos un grupo de amigos muy interesados por el resto, un poco egocéntricos somos, lo admito, pero me gustaría que se preocuparan por mí de vez en cuando. Al menos me queda Víctor, que de momento está viviendo el aspecto más duro de mi día a día.
No sé qué haría sin mi mejor amigo.

martes, 11 de diciembre de 2012

15. CONTRADICCIÓN.


– Llegáis tarde, cinco minutos fuera, y tenéis un retraso. – Nos espeta Leticia, la profesora de historia sin tan siquiera dirigirnos la mirada. Esa mujer tiene ojos en la nuca, estoy seguro.
Sin 'peros' ni 'peras', cierro la puerta tan pronto como la he abierto, y me siento, exhausto, sobre el frío suelo de mármol. Víctor se queda unos segundos en pie, pero a continuación cede y me imita sentándose a mi lado. Apoya la cabeza con gesto de pesadumbre sobre la pared, y me mira a la vez que exhala un largo suspiro. No hacen falta palabras para saber que lo ha pasado mal, puesto que yo también he estado en la misma escena, escuchando cada palabra conteniéndome la ira.
Durante el camino no hemos pronunciado palabra, simplemente nos hemos limitado a caminar en silencio, sin hacer ninguna clase de comentario respecto a lo ocurrido recientemente. Es más, no hemos hecho comentarios de ningún tipo. Por lo que a mí respecta, el miedo continúa irradiando dentro de mí, y tengo ganas de destrozar algo, de pegar un puñetazo a la puerta, o a la misma profesora de historia, o quizás el gilipollas que apareció en el momento menos oportuno de la vida de mi hermano. Sé que si él hubiera estado totalmente cuerdo, feliz y sin preocupaciones, se habría negado a aceptar esas drogas, e incluso se habría indignado. Estoy seguro.
– Tío, ¿qué ha sucedido? – Me pregunta, como si acabara de ocurrir en este mismo instante. – Todavía estoy temblando. No he pasado más miedo en mi vida, nunca he visto a tu hermano así.
– Ni yo. – Le contesto sinceramente. – Todavía no me lo creo.
Mientras contemplo la pared que se sitúa enfrente de nosotros, Víctor intenta calmarme y apoyarme dándome un par de golpecitos amigable en el hombro. Sé que lo hace con buena intención, pero realmente no me sirve de nada. De repente la puerta de nuestra aula se abre con cuidado y una chica delgada y rubia, se asoma por ella. Es Laura.
– Chicos, pasad. – Nos indica con una tierna y suave voz, como la de una niña pequeña.
Nos ponemos a la vez en pie y entramos a clase. Lo primero que aprecian mis ojos es que Carla no ha venido hoy, por lo que estoy solo. Me siento en mi sitio habitual, no sin antes bajar la silla que se encuentra sobre la mesa, y saco el primer libro que consigo alcanzar. Seguro que sin querer ha metido un libro de dibujos de su hermana pequeña. Al echar una ojeada al interior de la mochila, compruebo que estoy en lo cierto. Le lanzo una mirada de odio, la cual no consigue recibir puesto que está ocupado sacando sus libros buenos. Saco una libreta que no me pertenece y la abro para dar a entender que estoy atento. Pero me falta algo.
Busco con la mirada en el suelo del aula por si a alguien se le ha caído, pero no. Ni un bolígrafo abandonado. De repente veo un boli típico de Bic, rodando hacia mi sitio. Me agacho para recogerlo un poco extrañado y al levantar la cabeza, busco al amable compañero que se preocupa de mi apariencia estudiantil. Mi sonrisa se desvanece al ver de quién se trata.
– Luego me lo das. – Me dice por lo bajo con aquellos labios rosados.
Le muestro una media sonrisa forzada. Su gesto me resulta completamente desacorde, ¿no me odia? ¿Qué hace prestándome un bolígrafo? Debe de haber significado un sacrificio para ella. No me dirige la palabra desde que comenzamos el instituto. Y no me refiero a este curso, sino a primero de la ESO. Fue un cambio completamente extraño que me hizo cagar ladrillos. Pasó de ser prácticamente mi mejor amiga a ser una... compañera. Todavía me frustra el no saber el motivo de su actitud.
Hago bailar el bolígrafo azul entre mis dedos y no puedo evitar fijarme en las pequeñas marcas que hay en la tapadera. Son mordeduras. Lo hace desde siempre, desde que empezamos a tener exámenes de verdad en 3º de primaria, se pone muy nerviosa y es o morder los bolis, o las uñas. Siempre bromeaba diciéndole que pensara en el bolígrafo, sufriendo al ser masticado. Conseguía sacarle una sonrisa, y con ese simple detalle, se me iluminaba el día. ¿Qué ha ocurrido? La echo de menos.
Esto no puede estar ocurriendo. Llevo como cinco cursos seguidos de instituto yendo a la misma clase que ella, olvidándome al completo de su presencia, a la espera de que algún día decidiera a se mi amiga de nuevo, y ahora que solamente he recibido un pequeño detalle auxiliar, no puedo quitármela de la cabeza. Hemos tenido una muy bonita amistad como para que se rompa de esta manera.
Entre mis miles de discusiones mentales, el tiempo se me pasa volando, y en menos tiempo del que creía, suena el timbre dando la señal de que se acabó la clase. Creo que ahora toca Química. Sí, en efecto, ya que todo el mundo se pone en pie, saca sus libros y sale durante un rato hasta que llegue la profesora. Como no pienso ser menos, yo también me pongo en pie, y sin dudarlo, camino hasta la mesa de Amelia, donde me espera de brazos cruzados.
– Gracias. – Le digo a la vez que le devuelvo el bolígrafo. No tengo intención de mantener ninguna clase de conversación.
– Eh, ¿sabes que quedan como seis horas más? Dámelo al final del día. – Me reprime rechazando el boli. – Además, no lo necesito.
– Gracias. – Repito como si fuera un robot. Sueno tan seco que hasta yo mismo me odio. – Me has sorprendido. Gratamente, me refiero.
Me mira con gesto extrañado, sin saber de qué va la cosa. ¿Acaso lo ve como el gesto más natural del mundo? Lleva años sin dirigirme la palabra y ahora estoy aquí, dándole explicaciones. Vivo en un mundo de locos. O de simios.
– Cielo, solamente te he salvado el culo. – Me dice comprendiendo mis palabras. – La profe te estaba mirando con mal ojo, me has dado pena, no te emociones.
Se pone en pie y con las mismas me da un par de bofetadas suaves en mi mejilla derecha, las cuales toda la clase es capaz de percibir, y responden con una sonora carcajada. Amelia sale de clase, junto con mi dignidad.

14. PROBLEMAS.


Víctor y yo nos quedamos helados al escuchar la historia completa. Jamás lo habría imaginado, mi hermano no es así, aparenta serlo, pero no lo es. O al menos eso creía. ¿He estado conviviendo durante 17 años con una persona a la que realmente no conozco? No sé si sentirme decepcionado, o apoyarle como un buen hermano lo haría, pero es que lo que me pide, es algo muy complejo para un crío como yo. Nunca he vivido un caso como este tan cercano.
Su historia contiene un trágico comienzo, de un chico sumido en la infelicidad, el cual no veía más allá de las cuatro paredes de su habitación. Había dejado los estudios para dedicarse a la música, su vocación, pero no fue un buen plan. Sus amigos le abandonaron, puesto que ellos sí optaron por los estudios, tomó una mala decisión, pero no supo volver atrás y retomar todo aquello que dejó a medias. Prefirió amargarse y caer, sucumbió, por debilidad. ¿Por qué nunca percibí ningún tipo de cambio en su actitud? Se ve que se ocultaba tras la ira.
Pasaron meses, hasta que un nuevo año dio comienzo. Fue justamente en la fiesta de Nochevieja donde conoció a un tipo. El susodicho le prometía que con él todo iría genial, sin preocupaciones, solamente debía aceptar lo que le ofrecía. Mi hermano, ingenuo e impresionado por las palabras del desconocido, no dudó en aceptar las pastillas que cuidadosamente guardaba en la palma de su mano. Ese fue el comienzo de una larga historia de sucesos que estoy seguro que no desea recordar.
En resumen, mi hermano es un drogadicto, hasta llegar al punto de haber gastado todo su dinero en droga. Mintió a mi madre diciéndole que quería trabajar para mantenerse ocupado. Trabaja de cajero para poder pagarle cada mes a ese tipo por su felicidad envasada. Todas aquellas veces que ha llegado a casa sin un sueldo entre las manos, ponía la misma excusa: 'La cosa está muy mal, este mes tampoco cobro'. Mi madre, inocente, creyó las mentiras que escupían los labios poseídos de mi hermano, el cual estaba completamente descontrolado.
Llegó un momento, en el que sus mentiras se convirtieron en verdades, y es ahí cuando llegamos a la actualidad. Ya no le cobran, puesto que no hay dinero, y ahora mi hermano le debe miles de euros a un camello, por lo que para salir de esa deuda, ha robado el coche y las llaves de Carlos, para hacer una especie de trueque.
Me siento muy decepcionado. Mi hermano siempre me ha inculcado que el alcohol, el tabaco y las drogas son malas para nuestro metabolismo. Cierto es que siempre notaba un ápice de sarcasmo, pero hasta ahora lo he pasado por alto. Todavía me parecen falsas sus palabras, e incluso sus lágrimas me parecen fingidas, pero es que no me cabe en la cabeza que mi hermano tenga ese problema tan grave, hasta llegar al punto de no poder controlarse, y hacer cosas que no desearía hacer. Todas esas tardes en las que desaparecía misteriosamente, no quedaba solo con los amigos, para pasar el rato. Se encargaba de visitar a aquel tipo que le hizo destrozar su vida.
– Por favor, no se lo digas a mamá. – Me suplica por décima vez, todavía con los ojos llenos de lágrimas. – Me matará.
– Hugo, tienes que decírselo. – Le vuelvo a soltar el mismo discurso de antes. No puedo ocultarle a mi madre algo tan grave, sería un contribuyente al crimen, abstractamente. – Tienes un problema, el cual debes solucionar, y no hay otra manera que la de que te vea un profesional. No me mires así, debes entrar en tratamiento, porque esto puede ir a peor. Mírate, te estás gastando el dinero de tu familia en pasar un 'buen rato'. ¿Qué le vas a decir a Carlos de su coche? ¿Que vino el lobo y se lo llevó? Asúmelo, debes ponerle un par de huevos y afrontar tus problemas. No puedes seguir así.
Mi hermano me mira, pensativo, haciéndome sentir el hermano mayor. Realmente está procesando mi discurso, pensé que nunca haría caso de algo que yo dijera, pero me está demostrando lo contrario. Quiero que se mentalice de que tiene un problema, y que necesita todo nuestro apoyo y nuestra ayuda, por que yo, por lo menos, no pienso dejarle tirado por un problema psicológico. Por muchas cosas malas que me haya hecho mi hermano, sigue siendo mi hermano, y sin poder evitarlo, le quiero.
– Tienes... razón. – Confiesa tras un largo silencio. – Necesito ayuda.
Víctor y yo le ayudamos a ponerse en pie. Le regalamos unas palabras que le inspiren tranquilidad para que pueda relajarse de una vez por todas. Cuando menos me lo espero, me encuentro encerrado entre sus fuertes brazos, dándome las gracias. Esta es una imagen de mi hermano que no reside en ninguno de mis recuerdos. Algo bueno debía tener toda esta situación. Nos dice que se irá a casa de Manu mientras tanto, que pasará a por nosotros al instituto, y que cuando lleguemos a casa, se lo explicará todo a mamá.
Como todavía estoy en pijama, y si vuelvo a casa me va a caer una lluvia de preguntas, le pido a Víctor que me preste algo de ropa, y una mochila para aparentar. Subimos rápido, ya que vamos a llegar tarde al instituto y me lanza desde el armario unos vaqueros oscuros y una camiseta blanca lisa de manga corta ligeramente ancha. Afortunadamente usamos el mismo número de pie, por lo que no tengo que ir en zapatillas hasta allí.
– ¡Vamos! Quedan dos minutos para que toque el timbre. – Me insiste Víctor mientras me ato los cordones de la zapatilla derecha.
– ¡Ya está! – Le digo a la vez que me da una mochila de Nike azul con varios libros que ha echado al azar.
Tengo miedo. Miedo de mi hermano. Miedo de lo que le espere.

13. PREOCUPACIÓN.


– Cielo, despierta. – Me pide una suave voz a la vez que me zarandea pacientemente.
Emito una especie de gruñido que suena a persona muerta. En cuanto puedo abrir los ojos, los cierro de inmediato. Ha encendido la luz de mi habitación, y no puedo evitar reaccionar cual vampiro. Escucho los pasos satisfechos de mi madre saliendo de la habitación, tras haber conseguido despertarme.
Me froto los ojos con el dorso de la mano y me desperezco. Hoy ha sido una noche sin sueños, eso implica que he comenzado bien el día, no me gusta soñar cosas, suelen significar algo. Desde que lo descubrí, me da miedo tener pesadillas. Dicen que los sueños nos dan respuestas a nuestras dudas. ¿Y si soñamos con una silla? ¿Qué significa? Yo, rizando el rizo, como de costumbre.
Tras un perezoso minuto consigo ponerme en pie. Al hacerlo, un escalofrío recorre mi espalda desnuda. Hace frío, en verano. ¿O es invierno? Ya no sé ni dónde estoy. Agarro una camiseta granate que he dejado sobre el respaldo de mi silla, y me la pongo para abrigarme temporalmente. Extraño. Al salir al pasillo, descubro el motivo de mi sensibilidad corporal. Mi hermano ha puesto el aire acondicionado. En mi casa jamás se ha puesto un aire acondicionado por la mañana, está en contra de las reglas. ¿Qué habrá llevado a que esta regla sea destruida? Camino arrastrando los pies hasta el baño para deshacerme de las legañas que me dificultan la visión. En cuanto termino de asearme, recorro el pasillo hasta llegar a la cocina, donde sorprendentemente, me espera un tazón de cereales con leche. Hace años que mi madre no me prepara el desayuno.
– ¿Y esto? – Pregunto, todavía asombrado.
– Estoy viendo si así llegas antes a clase. – Me explica todavía en pijama con su taza de café. – ¡Vamos! ¿A qué esperas? – Me insiste.
Con una sonrisa en la cara, comienzo a engullir, literalmente, el bol de cereales. Normalmente no tengo hambre cuando me levanto, pero con este pequeño detalle, me ha entrado el apetito. Vaya, ¿estaré en lo cierto cuando digo que es un gran día? En menos de cinco minutos, dejo mi tazón de cereales en el fregadero, le doy las gracias a mi madre, y le regalo un beso en la mejilla. Si le tengo aprecio a alguien, es a ella. ¿Quién sino fue capaz de cuidar soltera a dos niños rebeldes? Tengo la mejor madre del mundo.
– ¡Donna! ¿Y las llaves del coche? – Escucho gritar a Carlos desde su habitación.
– ¿No están en la habitación? – Le pregunta ella con el mismo volumen de sonido.
De repente, se escuchan unas grandes pisadas irrumpir el entrecomillado silencio. ¿Quién decide correr por su casa de buena mañana? Miro alarmado a mi madre, puesto que las susodichas pisadas suenan cercanas, y en respuesta, únicamente se encoge de hombros. A continuación se escucha un fuerte portazo. Mi madre y yo salimos de la cocina y comprobamos que se trata de nuestra puerta. ¿Qué ha sucedido?
– ¿Hugo? – Le llama mi madre, sin recibir respuesta.
Salgo corriendo en dirección hacia su habitación y me encuentro con que no hay nadie. ¿Por qué ha desaparecido? ¿Adónde ha ido y por qué? Me siento como Sherlock Holmes, en busca de alguna clase de pista, pero ni soy Sherlock Holmes, ni veo pistas, por lo que vuelvo junto a mi madre sin ningún hallazgo.
– Voy a ver si está abajo.
Mi madre asiente con la cabeza, sin pronunciar palabra. Carlos la ha abrazado, puesto que ha comenzado a temblar, su rostro de angustia y preocupación hace que se me encoja el estómago. No puedo durar ni dos segundos viéndola así, me parte el corazón. A continuación salgo corriendo, sin dar un portazo y bajo las escaleras con velocidad y habilidad hasta llegar al rellano. No hay indicios de él, por lo que salgo a la puerta. Ahí está, sentado sobre la acera, con la cabeza gacha.
– ¿Hugo? – Le llamo la atención mientras me acerco lentamente. – ¿Qué ocurre?
A medida que me acerco, escucho lo que reconozco como sollozos, pero intento descartar la idea, puesto que me parece ridículo e imposible, siendo mi hermano de quien estamos hablando, pero al llegar a su altura, compruebo que estaba en lo cierto. Las lágrimas resbalan por sus mejillas, precipitándose sobre el enlosado suelo. Nunca he visto a mi hermano llorar, por lo que me resulta extraño y no tengo ni idea de cómo reaccionar. Inconscientemente no puedo evitar quedarme contemplando sus ojos, los cuales veo más brillantes por las lágrimas. De inmediato vuelvo al mundo al que pertenezco, y me siento a su lado.
– Eh, Hugo, cuéntamelo. – Le suplico en una especie de siseo.
Antes de que le de tiempo a explicarme lo sucedido, el sonido de una puerta abriéndose nos obliga a girar la cabeza. Por dicha puerta aparece Víctor, con una camiseta roja con un pequeño bolsillo en el pecho, unos pantalones negros y unos zapatos del mismo color que la camiseta. No me había dado cuenta de que todavía iba en pijama, qué vergüenza. Víctor se acerca con gesto extrañado y asustado a la vez.
– ¿Óliver? ¿Hugo? – Nos nombra mirándonos respectivamente. – ¿Qué pasa aquí?
Ambos insistimos con la mirada a Hugo, para que nos cuente de una vez por todas qué ha ocurrido, me está preocupando. ¿Tiene algo que ver con las llaves del coche de Carlos? ¿Habrá cogido su coche y sin querer lo habrá estrellado? ¿Habrá atropellado a alguien? No tengo ni idea.
– La he cagado. – Confiesa por fin. – La he cagado pero bien.
Por lo visto, al final no va a ser un buen día.

lunes, 10 de diciembre de 2012

12. REALIDAD.


Escuchar esas cinco palabras provenientes de sus labios, han provocado un paro automático de mi corazón. Su confesión me ha dejado de piedra, no me lo esperaba en absoluto. Creía que todo iba bien, que seguíamos tan felices y amigables como siempre, que éramos como hermanos, pero veo que soy el único que piensa así.
– Víctor, por favor, ¿puedes venir a mi casa y hablamos mejor? No puedo contarle mi vida a una pantalla. – Le suplico a duras penas, no quiero perder a mi mejor amistad.
– Está bien. – Me regala una forzada media sonrisa y se desconecta al instante.
Tengo miedo, se me revuelven las tripas y no sé cómo reaccionar. Me he quedado completamente paralizado, en blanco. ¿Incluso mi mejor amigo piensa que soy un putón? Esto no puede estar pasando. Él conoce la historia, sabe que no hago esto por gusto, sabe que debo terminarlo porque sino jamás me lo perdonaré, sabe todo lo que opino, pero aún así se cuestiona mi integridad. No sé qué pensar respecto a eso. Me siento ofendido, pero por otro lado es comprensible. Ver cómo tu mejor amigo se destroza la vida por ir zorreando por ahí, jugándosela con el resto del mundo, no tiene que ser bueno. Porque no todo ha ido de viento en popa, me he metido en incontables peleas en las cuales unas he salido vencedor, y en otras, perdedor.
Víctor vive en el edificio de al lado, sino no le habría pedido que viniera. Necesito una charla sincera con él, una de esas charlas que anteriormente entablábamos con regularidad. Ahora que me paro a pensarlo, siento cómo nos hemos distanciado poco a poco. Una distancia psicológica, porque físicamente no podemos estar más juntos. Antes, me volvía con él del instituto, íbamos andando, nos daba igual lo extenso que fuera el trayecto, empleábamos aquellos minutos para relajarnos un rato. Conversaciones inocentes, que a la vez contenían mucha sinceridad y valores morales.
A simple vista, Víctor parece un tipo ignorante que solamente se preocupa por la cantidad de gomina de su peinado, incluso yo mismo llegué a pensarlo, pero me equivoqué. Víctor es realmente encantador, pícaro y tremendamente divertido, pero una de sus mayores virtudes es la de ser un muy buen amigo. Su sinceridad aporta fluidez en sus amistades, y consigue que todo el grupo forme una gran familia. Sin él, no sé qué sería de nosotros, o qué sería de mí. Se ha encargado de ponerme los pies en la Tierra, gracias a él no soy un auténtico flipado.
En menos de tres minutos, suena el timbre que indica que Víctor está a la espera de que le abra la puerta de abajo. Salgo rápidamente de mi habitación, todavía aturdido por la confesión de Víctor. Tras abrirle la puerta de abajo, espero a escuchar cómo suenan las puertas chirriantes del ascensor. Da igual que viva en un primero, él siempre va a subir y bajar en ascensor.
Camina con la cabeza gacha hasta mi puerta. Me hago a un lado para que pueda pasar, y en cuanto lo hace, la cierro con cuidado. Sin necesidad de hablar, andamos hasta mi cuarto, se sienta en mi colchón mientras yo le contemplo de pie. ¿Qué pensamientos invadirán ahora mismo su mente? Siempre he querido tener el super-poder de leer mentes. Sería increíble saber qué piensa realmente la gente, sería fascinante.
– Por favor, explícate mejor. – Le suplico.
– Mira... Puede que lo que te diga te duela, pero necesito decírtelo. – Me alerta antes de comenzar con un breve pero intenso discurso. – Lo he estado pensando, y tu jueguecito no va a hacer más que traerte problemas. Sí, más problemas. Estás a punto de conseguirlo, ya has ganado, todo el mundo lo sabe. Pero, ¿qué sucederá luego? Ya sabes, cuando no tengas más ''víctimas''. ¿Crees que alguna chica confiará en ti después de saber lo que has hecho con 100 chicas más? Porque deberías de tener en cuenta de que no solo el instituto te conoce por tus proezas, sino toda la ciudad, y todo el mundo sabe lo que has conseguido. Te lo digo por tu bien, creo que es mejor que pares ya.
Las palabras de Víctor me llegan al corazón. No de manera ofensiva, como él esperaba, sino de manera realista y constructiva. No había llegado a ver la situación desde ese punto de vista. ¿Alguien me querrá después de conocer mi historia? Nunca he llegado a plantearme el amor verdadero, realmente, nunca he creído mucho en él. ¿Dos personas amándose incondicionalmente por el resto de sus vidas? Eso se ha acabado. En mi generación como mucho duras un mes. Es lo que hay. ¿Pero acaso me he molestado en buscarlo? Tengo edad de enamorarme.
– Tío, di algo, me siento como una mierda. – Insiste al ver que no pronuncio palabra.
– ¿Eh? Ah, Víctor, no te sientas mal, has hecho lo de siempre, decir la verdad. – Le explico. Los borrachos, los niños y Víctor son los que siempre dicen la verdad. – Tienes mucha razón, y no me has ofendido en absoluto, es más, me has hecho abrir los ojos. Pero piensa que ya es tarde. ¿Qué importará una más que una menos? El daño ya está hecho, debería haber entrado en razón hace tiempo. Aunque sabes que no podría haberlo dejado de todas formas.
– Pero con un poco de fuerza de voluntad...
– No, y lo sabes. – Le corto de inmediato, a él y a sus dudas. – Las cosas son como son, es al menos el único aspecto que reconozco en mí.
Permanecemos quietos, inmóviles y en silencio durante unos minutos eternos. Parece que la Tierra ha sido pausada brevemente, haciendo que podamos escuchar los latidos de nuestros propios corazones. No solemos estar tanto tiempo en silencio, por lo que me resulta incómodo, aunque no es malo del todo, me permite pensar.
Como ya he dicho, el daño ya está hecho. Todo es por mi culpa, y es ahora cuando debo pagar mis errores.

jueves, 6 de diciembre de 2012

11. DUDAS.


Como cualquier chico de mi edad a punto de hacer la Selectividad, debería estar preparándome para sacar la mejor nota, pero aquí estoy, rezagado sobre mi cama con el portátil encima hablando por Skype con Víctor. Realmente, la Selectividad no me parece tan complicada como dicen. Intentan asustarnos para que estudiemos más, pero simplemente es otro examen. Sí, que decide tu futuro académico y de lo que vivirás, pero esa es razón para los extremistas, no para mí. Donde tengo que preocuparme es en la Universidad, allí las cosas sí que son duras, es de lo único que tengo miedo. Mi madre me reprende mucho sobre lo de que debo estudiar más, pero ella no sabe que yo llevo estudiando desde que empecé el curso, como siempre nos han dicho pero nadie hace. Por una vez en mi vida he hecho caso de lo que dice el profesorado. La gente se lo deja para el último momento, pero yo ya lo tengo todo preparado y podría hacer el examen ahora mismo.
– Los caracoles tienen el mismo derecho que los humanos a comer flores. – Dice Víctor completamente convencido de sus palabras.
– Ya, pero entonces los caracoles se sentirían como los humanos y comenzarían a dominarnos hasta hacernos reptar en vez de andar. – Le explico.
– Interesante punto de vista. – Cede Víctor después de una larga conversación sobre el tema. – De acuerdo, tú ganas, pero me debes una caja de Oreo. – Me amenaza con el ceño fruncido.
Levanto el pulgar de la mano derecha en señal de aprobación. Mis conversaciones con Víctor son realmente interesantes y repletas de interés cultural. Solemos tratar sobre el mundo animal, las plantas y todos los temas relacionados con la naturaleza. Somos realmente cultos, y nos interesamos por todos los casos posibles, haciendo que cada factor se sienta querido. Resumiendo: Nos aburrimos y hablamos de cosas sin sentido que no vienen a cuento. Las improvisaciones crean situaciones inolvidables, está científicamente probado. Por nosotros.
Después de mi extraña siesta, y de ver con mis propios ojos cómo mi hermano salía a dar una vuelta y mi madre volvía al trabajo, cual buen estudiante interesado, he hecho todos los deberes, y he tomado la decisión de darme un rato de descanso. Ha pasado una hora desde que estoy hablando con Víctor. Comenzamos comentando lo que había pasado hoy en un clase de tercero. Al parecer un alumno hormonado le ha pedido tema en medio de la clase a la profesora de biología. Lo cómico es que estaban dando una clase sobre los aparatos reproductores. Hay que admitir que Bea, la profesora, está bastante aceptable. Es una chica joven de unos 25 años, de pelo largo y dorado y ojos marrones inquietamente grandes. Es nueva este año, y Víctor siempre dice que se va a casar con ella, a continuación es cuando salta Rebeca y dice que ella también se casaría con ella. Lo que hizo la profesora fue hacerle salir a la pizarra y escribir 'No volveré a ser un mocoso salido que se insinúa descaradamente a la profesora', con letra pequeña hasta llenar la pizarra. La hermana de Lorena va a su clase, y consiguió hacerle una foto. Llevaba media pizarra escrita cuando se puso a llorar. En cuanto fuimos conocedores de aquella historia, no dudamos en darle nuestra enhorabuena al chico, David, al cual le felicitamos por tener la valentía de hacer aquello. Eso bien, el parte y la llamada a casa se los llevó.
– Pobre chico, todavía me da pena. – Vuelve a comentar Víctor. – Pero es que por otro lado, se lo ha buscado él solito, y por otro lado, es que me desorino.
– Se ha convertido en mi ídolo. ¿Durante cuánto tiempo le habían expulsado?
– La hermana de Lorena ha dicho que un mes, pero siendo su hermana, no podemos fiarnos. – Ríe su propia gracia y nos quedamos en completo silencio contemplando las musarañas.
Me alegro de tener un amigo como Víctor, me siento realmente cómodo con él, y me siento seguro al poder etiquetarle de mejor amigo, porque sé que lo es y que jamás me abandonará. Aún conociendo mi patética historia, me ha estado apoyando, a su manera, hasta ahora. Siéndome sincero respecto a su opinión, y yo aceptándola. Como cualquier persona totalmente cuerda, opina que lo que hago es una burrada y una completa gilipollez que solamente me va a acarrear problemas. Y tiene razón, pero es un reto, prometí que lo haría y lo prometido es deuda. Yo soy muy leal a mis decisiones, y si digo algo que voy a hacer, juro que lo hago.
– Oye, tío, ¿puedo preguntarte una cosa? – Me propone en un tono inusual en él, como dudoso.
– Claro, dispara.
Miro a la pantalla y veo cómo se pasa la mano por la nuca, rehuyendo mi mirada. Dirige la suya a cada punto menos a la cámara, y eso me inquieta. ¿Qué es eso que tiene que preguntarme que le pone tan nervioso? No suelo verle en ese estado, ¿se habrá metido en algún problema? ¿Deberá dinero a alguien? ¿Se tendrá que pelear con alguien? Normalmente, con su completa sinceridad se suele buscar muchos problemas, y ha sido amenazado y apaleado varias veces, pero él continúa con su honestidad. Es admirable.
– Creo... creo que deberías acabar con esto. – Confiesa tras un pesado y largo minuto de silencio. – No va a acabar bien.
– ¿Qué quieres decir? – Pregunto extrañado. No entiendo a qué se refiere, como no vaya al grano voy a explotar. – ¡Vamos, Víc! Suéltalo de una vez y no te andes por las ramas.
– Creo que estás cambiando, y mucho. – Me suelta de sopetón, al grano, como yo quería, pero aún así me ha dolido.
¿Que estoy cambiando? Hace un tiempo que llegué a la conclusión de que no soy nada, ni nadie, no tengo personalidad, que soy un alma en pena vagando por tierra. No me supone ninguna novedad, pero hasta ahora nadie me lo había mencionado, y menos él. Quizás lo lleva pensando mucho tiempo y ha sido una de las pocas cosas que se ha callado, para no hacerme daño, pero ha visto que no ha podido aguantar. En su rostro observo miedo y preocupación. Siente miedo por mí y por lo que me pueda ocurrir, está sufriendo por todo aquello que sea capaz de pasarme.
– Sabes que no soy como me comporto – le explico con voz calmada y serena intentando mantener un ambiente tranquilo – , sabes que no soy ese egocéntrico que solo busca una cosa. Sabes que soy el chico que habla sobre temas rarísimos con su mejor amigo hasta romper en carcajadas. Tú lo sabes mejor que nadie.
– Yo ya no sé nada.

lunes, 3 de diciembre de 2012

10. ACCIONES.


Encerrarme en mi habitación con pestillo no es más que pura costumbre. Puedo encontrarme completamente solo en casa, que automáticamente, en cuanto me adentre a mi habitación, cerraré la puerta. Podría decirse que es un reflejo, durante las largas discusiones con mi madre sobre temas que realmente son irrelevantes cuando me paro a pensarlos, volver a mi habitación y cerrar de un portazo, me ayuda a descargar toda la ira de mi interior. No soy de esos tipos sin educación que no le tienen respeto ni a su madre y a la primera de cambio, ya le están levantando la mano. A esos les falta una buena colleja a tiempo.
De pequeño fui considerablemente revoltoso, me revolucionaba al instante y me convertía en un auténtico terremoto. Mi tío Fernando bromeaba diciendo que era por su culpa, que no debía darme Red Bull para merendar. Me llevé bastantes regalos por parte de mi madre, de esos poco materialistas. Sí, esos que te hacen recordar lo maravilloso que es el amor materno. Exacto. Como iba diciendo, fui muy pesado, e incluso me llevaron al médico para ver si me diagnosticaban algún tipo de hiperactividad. Preocupaciones de madre. Todo se me pasó cuando cumplí siete años. No recuerdo exactamente la razón, pero mi madre acabó llorando, y cuando una madre llora, y encima sabes que es por tu culpa, se te cae el alma a los pies. Desde aquel día, intenté ser más calmado y acarrearle menos trabajo a mi madre.
De mi abarrotado escritorio de madera, alcanzo mi iPod y me coloco los auriculares para sumirme en el mundo que me encierra la música. Mi estilo de música favorito es claramente el rock. Nada más, ni nada menos. Es normal, puesto que he recibido influencias de ese estilo desde bien pequeño. Mi padre siempre ha sido un grandísimo fan de Metallica. Todavía conserva todos sus discos, y cuando cumplí diez años, me regaló por mi cumpleaños una camiseta del grupo que era como diez veces yo. A día de hoy todavía me queda ligeramente grande, pero prácticamente ni se nota.
Me tumbo en la cama y voy al menú para elegir la canción que deseo escuchar. Normalmente pongo la primera que aparece, pero necesito una en especial en este mismo instante. Bohemian Rhapsody. Exacto, Queen. Mientras que mi padre es un fanático de Metallica, mi madre lo es de Queen. Ella siempre soñó con ir a un concierto, e incluso una vez intentó fugarse de casa para ir con unas amigas. Esto me lo contó la abuela hace mucho tiempo, cuando fui a Italia por Navidad.
Mi familia por parte materna reside en Italia. No he ido muchas veces, porque son saldría muy caro, pero algunas Navidades mi madre consigue llevarnos para que vea a la familia. Allí tengo una amplia familia. Mi abuela Nora, mi abuelo Paolo, mis tías Casandra y Lara, mis tíos Felipe, Giovanni y Rodrigo, mis primas Isabella, Sophia, Carlota, Arancha y Andrea y mis primos Nico y Leandro. Quizás no sea tan amplia, pero comparada con mi familia por parte paterna, lo es. Por parte paterna solo tengo a mi abuelo Jaime, a mi tío Fernando, a mi tía Claudia y a mis primos Alejandro y Pablo. Son hermanos gemelos, y son la imagen infantil de mi tío. La familia de mi padre somos solo nosotros, más mi hermano y yo, puesto que mi madre no cuenta.
De repente, con el sonido de una canción lenta y soñolienta, acabo sucumbiendo al sueño. Normalmente mis sueños consisten en situaciones completamente surrealistas que no tienen ni pies ni cabeza, o simplemente, en nada. Será porque no recuerdo dichos sueños, pero la mayoría de las veces no sueño absolutamente nada, este no es el caso.
Me encuentro de pie, en una habitación completamente vacía cuyas paredes están pintadas de vivos colores. A mi alrededor no hay ninguna puerta, ni ninguna ventana que muestre indicios de salida. Me acerco a una pared al azar y coloco una mano sobre la lisa margarita dibujada. De repente se escucha un fuerte estruendo que retumba en toda la pequeña sala, y me veo obligado a sentarme en el suelo, puesto que aquella especie de grito, ha provocado una vibración en la sala. Cuando todo parece volver a su estado normal, una atronadora voz me hace dirigir la mirada al techo, que es la única zona que no tiene colores vivos y alegres, sino negro. Al bajar la vista ahogo un grito al contemplar que los colores llamativos han sido reemplazados por un terrorífico color rojo. Me pongo en pies rápidamente para situarme en el centro de la habitación y dirijo la mirada de nuevo hacia el techo, que ésta vez intenta comunicarme algo directamente a mí.
– Todo es culpa tuya. – Entona gravemente, a continuación hace ademán de gritar, pero acaba emitiendo una horripilante carcajada que me obliga a taparme los oídos.
– ¡No! – Grito una vez despierto, mirando aturdido a mi alrededor con los ojos todavía sin acostumbrar a la luz del Sol. – ¿Qué haces, gilipollas?
Me encuentro a mi hermano sentado de piernas cruzadas en el suelo al lado de mi cama, prácticamente doblado en dos por un aparente ataque de risa muda que a continuación irrumpe en mi cuarto. En cuanto para observo cómo una lagrimilla recorre su mejilla. ¿Qué acaba de suceder?
– Que he entrado a tu cuarto a hacerte una visita de hermano mayor, y te he encontrado sopa, pero lo gracioso es que tenías una cara de cateto que da gracias que no te he hecho una foto, que ahora que lo pienso, no es mala idea. – Se lleva una mano a la barbilla en gesto pensativo. – Otra vez será. Bueno, que no he podido evitarlo y me he acercado para hablarte, te he dicho cosas como que te ibas a morir y de repente te has puesto a tiritar, ha sido un pavo, me ha entrado la risa y luego no he podido parar. Buenas tardes, princeso.
– Fuera de aquí, idiota. – Le gruño a la par que agarro el cojín más cercano y se lo lanzo dándole de lleno en la cara.
– Joder con la Bella Durmiente, así jamás encontrará a su príncipe. – Sentencia antes de desaparecer de la puerta y esquivar otro de mis cojines.
Intento despejarme tras el desconcertante sueño y acabo contemplando el techo con total concentración.
¿Y si jamás encuentro a una princesa?