viernes, 16 de noviembre de 2012

8. ESPERANZA.


– ¡Por fin! – Gritamos toda la clase al unísono.
Tras siete horas lectivas, podemos considerarnos libres de la prisión que nos supone cada día el instituto. Las puertas se abren, la gente abandona las clases con la felicidad entre sus manos. Todo es maravilloso, increíble. Todo es estupendo, hasta que eres consciente de que es lunes. Ese falso sueño que inconscientemente es creado por nuestro subconsciente. Nos hace adentrarnos en un mundo maravilloso en el que creemos vivir, pero es todo una mentira. Mediante una puñalada, regresamos a la realidad, y caemos en depresión. Y así es como se resumen mis lunes. A lo filosófico, más bien.
Los lunes siempre han sido para mí un sinónimo de desdicha. Tener que comenzar otra semana, otros cinco días más encerrado en aquella cárcel de enseñanza. Y se me cae el alma a los pies en cuanto, divagando, llego a la conclusión de que todavía me queda lo peor. La universidad. En ese campo, nunca he tenido las ideas muy claras. Nunca he sabido qué hacer, no sé lo que me gusta, qué asignaturas me agradan y cuales no, para mí son asignaturas, simplemente. Si el fútbol fuera una asignatura, haría una carrera. Podría entrar en algún equipo de fútbol profesional, pero no soy lo suficientemente bueno, solamente un delantero más. Por otro lado, podría sacarme una carrera de Educación Física, aunque no es una idea que realmente me atraiga. Siempre he odiado Educación Física, y como en segundo de bachillerato se convierte en optativa, no dudé ni dos segundos en deshacerme de ella. Menuda pérdida de tiempo.
Comencé a tomar decisiones sobre mi futuro en cuanto pasé a cuarto. En ese momento fue en el que se me presentaron dos opciones. ¿Ciencias o letras? Aquel dilema me hizo pasar noches en vela. ¿Qué era lo que realmente me gustaba? Me gustaba dibujar, me sigue gustando dibujar. Es mi gran pasión. Quizás no se me de muy bien, pero dame material y seré más feliz que un tonto con un lápiz.
Durante una larga charla con mi madre, que al fin y al cabo debía entablar con ella, solamente que no encontraba el momento, comencé a encajar las piezas como si de un puzzle se tratase. Todo comenzó a cobrar sentido. Ella me hacía descartar asignaturas, me hacía definir cada una de ellas hasta dar con Tecnología. La tecnología siempre me ha parecido un mundo fascinante, realmente interesante. Al noventa por ciento de mi clase le resultaba catastróficamente aburrida e innecesaria, pero yo miraba más allá. Comprendía que la tecnología formaba parte de nosotros cada día y que sin ella todo sería diferente. Y así es como me pasé a ciencias, y ahora estoy a punto de terminar el bachillerato tecnológico con buenas notas. Todo un mérito por mi parte. Ahora sé más o menos lo que quiero estudiar, pero todavía no estoy muy seguro. Tengo en mente desde hace un año una carrera en especial. Una carrera en la que se comprenda desde el arte hasta la tecnología. ¿Diseño gráfico? No. Me planteé seriamente estudiar una carrera de arquitectura, y aquí estoy, hincando los codos.
– Eh, Óli, ¿hoy vas en autobús? – Me pregunta Rebeca, que camina a mi lado alegremente hacia la parada.
– No, Hugo sale antes y pasa a por mí. – Le explico. Mi hermano tiene horarios extraños, realmente se los crea el solito, porque no creo que tenga tanta diferencia de descansos. No sé cómo no le han despedido todavía. – ¡Hasta luego!
Se despide de mí agitando la mano con fuerza y se vuelve hacia delante para poner un pie en las escaleras del autobús. Coloco el skate enfrente de mí y pongo un pie encima contemplando el horizonte, realmente sin ver nada, puesto que me encuentro sumido en mis enredados pensamientos. Saco el móvil y los cascos del bolsillo pequeño de la mochila y me los coloco para a continuación hacer que comience a reproducirse la música. Todo lo demás a mi alrededor me resulta ajeno. La gente camina, sonriente, con un peso increíble sobre la espalda, hablando y llevando una vida simple y normal. Gratificante. Caminan en dirección a los autobuses, mientras yo debo esperar en el aparcamiento al pesado de mi hermano mayor. De repente siento cómo una presión se cierne en mi trasero. Inmediatamente me quito los cascos y siento el picor recorriendo mi culo. Por delante de mí, una chica que reconozco al instante, corre huyendo de la nada.
– ¡Que sepas que me has dejado marca! – Le grito a lo lejos.
– ¡Para que veas que soy para siempre! – Me contesta Alicia subiéndose al autobús no sin antes lanzarme una de sus sonrisas.
Por un lado, su respuesta me preocupa. La razón es la de que la fase más dura comienza. La ruptura. Hugo siempre me dice lo mismo, que debería liarme con ellas y luego dejarlas tiradas como un pañuelo a rebosar de mocos. Pero no puedo evitar encapricharme, sigo sintiendo cosas cada vez que empiezo con una chica, no soy de piedra. Me gusta hacerlas reír, que se rían, que me cuenten sus problemas, haciéndome saber que sienten confianza. Eso me gusta. Pero lo de ir de flor en flor tan rápidamente no va conmigo, porque también resulta duro para mí. Sé que luego soy yo el que rompe, y al haber estado más tiempo la situación se torna más delicada, pero recuerdo a todas las chicas con las que he estado. Aparentaré ser un capullo por mis acciones, pero sé situarme en la piel de los demás, y tengo corazón.
Un estruendo retumba por todo el parking. Como no me he vuelto a colocar los auriculares, reacciono alerta, en busca del estridente sonido. Tras inspeccionar en un segundo todo mi alrededor, descubro al culpable de aquella interrupción. Más bien a la culpable. El ruido es procedente de una moto. Nunca he sabido manejarme en el tema de las motos, por lo que solamente puedo decir que es una moto negra. Muy bonita. Y hasta aquí mi aportación al mundo motorístico.
Saca de debajo del asiento un casco azul con rayas negras y se lo coloca sobre su ondulado pelo castaño. Observo cada uno de sus movimiento hasta que, tras ponerse en marcha, desaparece por el final de la calle. Y pensar que en un momento fuimos verdaderos amigos. Me parece tan lejano que ni lo recuerdo.
Tras diez minutos de espera dando vueltas con el skate por el ahora vacío aparcamiento, el coche de mi hermano irrumpe con desfachatez el silencio que me envolvía hace unos segundos. Para justo en frente de mí y desde fuera puedo escuchar el alto volumen de la radio. Mi alocado hermano, concentrado en su extraño baile sobre su asiento, me indica que monte al coche. Obedezco a su mensaje no pronunciado y me siento de copiloto, como siempre que pasa a por mí.
– Sigo esperando una respuesta. – Me suelta de pronto tras dos minutos en completo silencio, al menos entre nosotros. Me he visto obligado a bajar el volumen de la radio porque ya era excesivo y mis oídos lo pedían a gritos. Por no mencionar que era una horterada.
– ¿Una respuesta? – Pregunto extrañado. – ¿De qué hablas?
– La número 99... – Se lleva una mano a la frente con fastidio mientras que con la otra mantiene el volante. – ¿Cómo se llamaba? ¿Alba?
– Alicia. – Le corrijo.
Hugo realiza un gesto de desgana como quitándole importancia, y a continuación se pasa una mano por el ondulado pelo oscuro. A veces es impactante ver a alguien con el cabello tan oscuro y unos ojos tan azules. En verano suelen confundirle con algún extranjero y siempre hay alguien que le pregunta algo en inglés. A mí también me pasa, pero menos, tendré cara de español.
– Pues eso. – Responde después de un rato. – ¿Cuándo vas a cortar con ella?
– Pronto.
– Ya sé quién será tu próxima y última víctima. – Anuncia con completo orgullo, se ve que le parece muy bonita toda esta situación. A mí cada vez me da más asco. – Si te soy sincero, pensé que jamás lo conseguirías.
A veces me gustaría que eso fuera así.

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