Las selecciones de mi hermano suelen ser eficaces, el porcentaje de aciertos es potencialmente elevado, siempre encuentra una buena presa, ni muy fácil ni un puzzle mental. Encuentra chicas perfectas sin tan siquiera conocerlas, se podría decir que tiene buena mano para esta clase de temas. Quizás alguna vez me haya hecho encontrarme con alguna facilona que solamente quería una cosa de mí, pero se trataban de meras excepciones, por eso puedo decir con certeza que puedo fiarme de mi hermano. Al menos sobre este tema.
Que mi hermano sea el artífice de la elección, es por cuestión de principios. En cuando decidí llevar acabo dicho reto, me planteó la cuestión de a por quién iría. En ese momento me quedé en blanco, no tenía ni idea de a por quién debía ir, apenas conocía a las chicas de mi clase, como para liarme con ellas. Al ver mi rostro carente de expresión, con una amabilidad impropia en él, aceptó ser mi asesor personal. Él me hizo ir a por Miranda, mi primera víctima, por así decirlo. Era la chica más guapa de mi clase, un objetivo aparentemente inalcanzable, hasta que descubrí que estaba interesada en mí. Era intimidante, puesto que medía bastante más que yo, y me sentía indefenso ante su altura.
Los primeros días de ligoteo, por así decirlo, fueron terriblemente vergonzosos y duros. No sabía qué decir, qué hacer, cómo reaccionar. Lo más duro fue cuando mi hermano apareció en medio de la clase de lengua para ver si ya había dado alguna clase de paso. Al ver que ni siquiera estaba sentado a su lado, me llamó 'Huevón'. No se salió con la suya, mi profesora se encargó de asignarle un parte por aquella palabra tan obscena. Después de una semana intentando acercarme a ella, sorprendentemente, fue Miranda la que dio el primer paso. Se insinuó pidiéndome que la ayudara con las matemáticas, que no entendía lo que explicaba el profesor. No supe que se trataba de una indirecta hasta que cuando se lo conté a mi hermano, casi me estampa una silla en la cara.
Me pidió que quedáramos esa misma tarde para que se lo explicara, ya que yo era de los pocos de la clase que sabía hacerlo. Me invitó a su casa sobre las cinco de la tarde y me recibió con una merienda preparada por su madre. Consistía en sandwiches de Nocilla y un vaso de leche. Cuando la madre de Miranda salió a hacer unos recados, nos quedamos solos en su salón. Estaba totalmente nervioso, tenía miedo porque todavía no estaba completamente seguro de si realmente se trataba de una indirecta o si mi hermano lo había interpretado mal. Cuando comenzó a plantearme sus dudas, los nervios fueron abandonando poco a poco mi cuerpo, haciendo que mi corazón regulase el ritmo del compás.
De pronto, agarró el libro y lo tiró al suelo, asustado, me quedé contemplando con astucia el libro arrojado, ¿era esta otra indirecta, o un atisbo de locura? Pensé. Todas mis dudas se solucionaron en cuanto me agarro por el cuello y me atrajo a ella presionando sus labios con torpeza. Como estábamos sentados, la diferencia de alturas no supuso ningún problema. Se podría decir que fue un buen primer beso, un primer beso que me gusta recordar, puesto que acabó siento francamente bonito. No supe más de Miranda cuando acabó el curso. Creo que ahora es lesbiana, eso emborrona mi bonito recuerdo.
– Bueno, ilumíname. – Le suelto a mi hermano de camino a casa. Hemos tenido que aparcar el coche dentro del garaje de mis abuelos, porque no encontrábamos sitio y no merecía la pena dar más vueltas. Hemos recorrido el trayecto en completo silencio. Un silencio inusual que hace que me pregunte cosas sin sentido.
– Lo siento, no tengo ninguna bombilla a mano. – Responde sarcásticamente sin mirarme a los ojos. – ¿Qué quieres que te diga?
– Sobre la chica, que me digas quién es. – Recalco las dos últimas palabras con mayor énfasis.
Continúa caminando en silencio por las alegres calles de Alicante. A mi madre nunca le ha gustado vivir apartada del mundo, por lo que el vivir en el centro de la ciudad, fue una de las decisiones que más feliz la hizo. Antes vivíamos en una pequeña casa a las afueras, con una piscina para todos nosotros. El problema era que mi madre se sentía siempre incómoda, y en cuanto mis padres se divorciaron, no dudó en cambiarse ella primera de casa, luego fue mi padre el que lo hizo y no he vuelto a saber de mi antiguo hogar.
No me quejo de vivir en el centro, es realmente práctico, lo tengo todo a mi alcance, pero echo de menos dormirme con un completo silencio. Echo de menos el salir a la calle sin preocuparme de que me pueda atropellar un coche. Echo de menos mi casa en sí. Cuando sea mayor, tengo clarísimo que viviré en el centro, pero tendré un chalet a las afueras. O al menos espero tenerla. Soñar es gratis, que ésta crisis no nos permita cumplir dichos sueños, no implica que no podamos intentarlo.
Todavía sin contestarme, llegamos hasta el portal de nuestro edificio, y de sus pantalones vaqueros negros, saca sus llaves. Hace girar la cerradura hasta que consigue abrir la puerta y subimos hasta nuestro piso por el ascensor. Mi madre ya habrá vuelto, siempre llega a la una, y como hoy es lunes, yo salgo a las tres. Eso implica que habrá pasta para comer, y que me la tendré que calentar en el microondas. Perfecto.
Cuando mi hermano abre la puerta, giro la cabeza hacia la izquierda para contemplar la puerta de madera cerrada de la habitación de mi madre. Eso es señal de que está durmiendo su siesta. Hugo intenta caminar hasta su cuarto sin hacer ruido, pero resulta en vano por la chirriante suela de sus zapatos reglamentarios. Escucho cómo se encierra en su cuarto de un ligero portazo, y hago lo mismo.
Dejo la mochila sobre la cama, el skate bajo ella y del armario extraigo unos pantalones deportivos que sustituyo por los vaqueros. Me saco la camiseta que llevo encima, y la cambio por una básica de color blanco. Así voy más cómodo por casa. Ni me molesto en colocarme las zapatillas, mientras ande con calcetines por el suelo, puedo ser feliz. Salgo por la puerta y camino por el largo y anaranjado pasillo hasta llegar a la cocina, donde me encuentro un gran cuenco lleno hasta los topes de pasta. No comprendo por qué siempre hace pasta de más. Hugo siempre come en el trabajo, y Carlos vuelve a las ocho de trabajar. Soy el único ser humano que habita esta cocina, y me encuentro con pasta para diez. El tópico cuenta que las abuelas tienden a engordarnos, pero en este caso es mi madre la encargada de ello.
Lleno un plato hondo con la cantidad de pasta que, para mi respecta, es la adecuada, y la introduzco en el microondas haciéndola girar durante tres minutos y medio. Mientras tanto me siento en mi sitio habitual, que es contra la pared, y espero hasta que el microondas de la señal. Mi cocina no es lo que se diga una cocina muy grande. Es más bien normalita, tirando a pequeña. La mesa apenas cabe, y siempre que comemos me encuentro presionado por ella, pero la costumbre me ha hecho querer sentarme siempre ahí. Las verdes paredes hacen de la cocina una estancia agradable y tranquilizante. Como es mi madre la encargada de pasarse más tiempo aquí, tomó la decisión de decorar por su cuenta el santuario. Demostró su buen gusto con la decoración y acabamos dando todos nuestro visto bueno.
De repente, mientras, sumido en mis pensamientos contemplando el espacio que es la cocina, mi hermano mayor entra por la puerta. Arrastra la silla que se encuentra enfrente de mí, y se sienta en ella cruzándose de brazos. Me mira con gesto retante, pero noto un ápice de satisfacción, y creo reconocer en su mirada un brillo de orgullo. ¿Qué se traerá ahora entre manos?
– He decidido contestarte. – Me resuelve tras un minuto completo en silencio.
– Ya era hora, creo que la información te ha llegado tarde.
– Al loro. – Me dice poniendo las manos sobre la superficie de la fría mesa de madera. – No te voy a decir de quién se trata, pero te voy a decir que no será fácil.