jueves, 22 de noviembre de 2012

9. ESPERA.


Las selecciones de mi hermano suelen ser eficaces, el porcentaje de aciertos es potencialmente elevado, siempre encuentra una buena presa, ni muy fácil ni un puzzle mental. Encuentra chicas perfectas sin tan siquiera conocerlas, se podría decir que tiene buena mano para esta clase de temas. Quizás alguna vez me haya hecho encontrarme con alguna facilona que solamente quería una cosa de mí, pero se trataban de meras excepciones, por eso puedo decir con certeza que puedo fiarme de mi hermano. Al menos sobre este tema.
Que mi hermano sea el artífice de la elección, es por cuestión de principios. En cuando decidí llevar acabo dicho reto, me planteó la cuestión de a por quién iría. En ese momento me quedé en blanco, no tenía ni idea de a por quién debía ir, apenas conocía a las chicas de mi clase, como para liarme con ellas. Al ver mi rostro carente de expresión, con una amabilidad impropia en él, aceptó ser mi asesor personal. Él me hizo ir a por Miranda, mi primera víctima, por así decirlo. Era la chica más guapa de mi clase, un objetivo aparentemente inalcanzable, hasta que descubrí que estaba interesada en mí. Era intimidante, puesto que medía bastante más que yo, y me sentía indefenso ante su altura.
Los primeros días de ligoteo, por así decirlo, fueron terriblemente vergonzosos y duros. No sabía qué decir, qué hacer, cómo reaccionar. Lo más duro fue cuando mi hermano apareció en medio de la clase de lengua para ver si ya había dado alguna clase de paso. Al ver que ni siquiera estaba sentado a su lado, me llamó 'Huevón'. No se salió con la suya, mi profesora se encargó de asignarle un parte por aquella palabra tan obscena. Después de una semana intentando acercarme a ella, sorprendentemente, fue Miranda la que dio el primer paso. Se insinuó pidiéndome que la ayudara con las matemáticas, que no entendía lo que explicaba el profesor. No supe que se trataba de una indirecta hasta que cuando se lo conté a mi hermano, casi me estampa una silla en la cara.
Me pidió que quedáramos esa misma tarde para que se lo explicara, ya que yo era de los pocos de la clase que sabía hacerlo. Me invitó a su casa sobre las cinco de la tarde y me recibió con una merienda preparada por su madre. Consistía en sandwiches de Nocilla y un vaso de leche. Cuando la madre de Miranda salió a hacer unos recados, nos quedamos solos en su salón. Estaba totalmente nervioso, tenía miedo porque todavía no estaba completamente seguro de si realmente se trataba de una indirecta o si mi hermano lo había interpretado mal. Cuando comenzó a plantearme sus dudas, los nervios fueron abandonando poco a poco mi cuerpo, haciendo que mi corazón regulase el ritmo del compás.
De pronto, agarró el libro y lo tiró al suelo, asustado, me quedé contemplando con astucia el libro arrojado, ¿era esta otra indirecta, o un atisbo de locura? Pensé. Todas mis dudas se solucionaron en cuanto me agarro por el cuello y me atrajo a ella presionando sus labios con torpeza. Como estábamos sentados, la diferencia de alturas no supuso ningún problema. Se podría decir que fue un buen primer beso, un primer beso que me gusta recordar, puesto que acabó siento francamente bonito. No supe más de Miranda cuando acabó el curso. Creo que ahora es lesbiana, eso emborrona mi bonito recuerdo.
– Bueno, ilumíname. – Le suelto a mi hermano de camino a casa. Hemos tenido que aparcar el coche dentro del garaje de mis abuelos, porque no encontrábamos sitio y no merecía la pena dar más vueltas. Hemos recorrido el trayecto en completo silencio. Un silencio inusual que hace que me pregunte cosas sin sentido.
– Lo siento, no tengo ninguna bombilla a mano. – Responde sarcásticamente sin mirarme a los ojos. – ¿Qué quieres que te diga?
– Sobre la chica, que me digas quién es. – Recalco las dos últimas palabras con mayor énfasis.
Continúa caminando en silencio por las alegres calles de Alicante. A mi madre nunca le ha gustado vivir apartada del mundo, por lo que el vivir en el centro de la ciudad, fue una de las decisiones que más feliz la hizo. Antes vivíamos en una pequeña casa a las afueras, con una piscina para todos nosotros. El problema era que mi madre se sentía siempre incómoda, y en cuanto mis padres se divorciaron, no dudó en cambiarse ella primera de casa, luego fue mi padre el que lo hizo y no he vuelto a saber de mi antiguo hogar.
No me quejo de vivir en el centro, es realmente práctico, lo tengo todo a mi alcance, pero echo de menos dormirme con un completo silencio. Echo de menos el salir a la calle sin preocuparme de que me pueda atropellar un coche. Echo de menos mi casa en sí. Cuando sea mayor, tengo clarísimo que viviré en el centro, pero tendré un chalet a las afueras. O al menos espero tenerla. Soñar es gratis, que ésta crisis no nos permita cumplir dichos sueños, no implica que no podamos intentarlo.
Todavía sin contestarme, llegamos hasta el portal de nuestro edificio, y de sus pantalones vaqueros negros, saca sus llaves. Hace girar la cerradura hasta que consigue abrir la puerta y subimos hasta nuestro piso por el ascensor. Mi madre ya habrá vuelto, siempre llega a la una, y como hoy es lunes, yo salgo a las tres. Eso implica que habrá pasta para comer, y que me la tendré que calentar en el microondas. Perfecto.
Cuando mi hermano abre la puerta, giro la cabeza hacia la izquierda para contemplar la puerta de madera cerrada de la habitación de mi madre. Eso es señal de que está durmiendo su siesta. Hugo intenta caminar hasta su cuarto sin hacer ruido, pero resulta en vano por la chirriante suela de sus zapatos reglamentarios. Escucho cómo se encierra en su cuarto de un ligero portazo, y hago lo mismo.
Dejo la mochila sobre la cama, el skate bajo ella y del armario extraigo unos pantalones deportivos que sustituyo por los vaqueros. Me saco la camiseta que llevo encima, y la cambio por una básica de color blanco. Así voy más cómodo por casa. Ni me molesto en colocarme las zapatillas, mientras ande con calcetines por el suelo, puedo ser feliz. Salgo por la puerta y camino por el largo y anaranjado pasillo hasta llegar a la cocina, donde me encuentro un gran cuenco lleno hasta los topes de pasta. No comprendo por qué siempre hace pasta de más. Hugo siempre come en el trabajo, y Carlos vuelve a las ocho de trabajar. Soy el único ser humano que habita esta cocina, y me encuentro con pasta para diez. El tópico cuenta que las abuelas tienden a engordarnos, pero en este caso es mi madre la encargada de ello.
Lleno un plato hondo con la cantidad de pasta que, para mi respecta, es la adecuada, y la introduzco en el microondas haciéndola girar durante tres minutos y medio. Mientras tanto me siento en mi sitio habitual, que es contra la pared, y espero hasta que el microondas de la señal. Mi cocina no es lo que se diga una cocina muy grande. Es más bien normalita, tirando a pequeña. La mesa apenas cabe, y siempre que comemos me encuentro presionado por ella, pero la costumbre me ha hecho querer sentarme siempre ahí. Las verdes paredes hacen de la cocina una estancia agradable y tranquilizante. Como es mi madre la encargada de pasarse más tiempo aquí, tomó la decisión de decorar por su cuenta el santuario. Demostró su buen gusto con la decoración y acabamos dando todos nuestro visto bueno.
De repente, mientras, sumido en mis pensamientos contemplando el espacio que es la cocina, mi hermano mayor entra por la puerta. Arrastra la silla que se encuentra enfrente de mí, y se sienta en ella cruzándose de brazos. Me mira con gesto retante, pero noto un ápice de satisfacción, y creo reconocer en su mirada un brillo de orgullo. ¿Qué se traerá ahora entre manos?
– He decidido contestarte. – Me resuelve tras un minuto completo en silencio.
– Ya era hora, creo que la información te ha llegado tarde.
– Al loro. – Me dice poniendo las manos sobre la superficie de la fría mesa de madera. – No te voy a decir de quién se trata, pero te voy a decir que no será fácil.

viernes, 16 de noviembre de 2012

8. ESPERANZA.


– ¡Por fin! – Gritamos toda la clase al unísono.
Tras siete horas lectivas, podemos considerarnos libres de la prisión que nos supone cada día el instituto. Las puertas se abren, la gente abandona las clases con la felicidad entre sus manos. Todo es maravilloso, increíble. Todo es estupendo, hasta que eres consciente de que es lunes. Ese falso sueño que inconscientemente es creado por nuestro subconsciente. Nos hace adentrarnos en un mundo maravilloso en el que creemos vivir, pero es todo una mentira. Mediante una puñalada, regresamos a la realidad, y caemos en depresión. Y así es como se resumen mis lunes. A lo filosófico, más bien.
Los lunes siempre han sido para mí un sinónimo de desdicha. Tener que comenzar otra semana, otros cinco días más encerrado en aquella cárcel de enseñanza. Y se me cae el alma a los pies en cuanto, divagando, llego a la conclusión de que todavía me queda lo peor. La universidad. En ese campo, nunca he tenido las ideas muy claras. Nunca he sabido qué hacer, no sé lo que me gusta, qué asignaturas me agradan y cuales no, para mí son asignaturas, simplemente. Si el fútbol fuera una asignatura, haría una carrera. Podría entrar en algún equipo de fútbol profesional, pero no soy lo suficientemente bueno, solamente un delantero más. Por otro lado, podría sacarme una carrera de Educación Física, aunque no es una idea que realmente me atraiga. Siempre he odiado Educación Física, y como en segundo de bachillerato se convierte en optativa, no dudé ni dos segundos en deshacerme de ella. Menuda pérdida de tiempo.
Comencé a tomar decisiones sobre mi futuro en cuanto pasé a cuarto. En ese momento fue en el que se me presentaron dos opciones. ¿Ciencias o letras? Aquel dilema me hizo pasar noches en vela. ¿Qué era lo que realmente me gustaba? Me gustaba dibujar, me sigue gustando dibujar. Es mi gran pasión. Quizás no se me de muy bien, pero dame material y seré más feliz que un tonto con un lápiz.
Durante una larga charla con mi madre, que al fin y al cabo debía entablar con ella, solamente que no encontraba el momento, comencé a encajar las piezas como si de un puzzle se tratase. Todo comenzó a cobrar sentido. Ella me hacía descartar asignaturas, me hacía definir cada una de ellas hasta dar con Tecnología. La tecnología siempre me ha parecido un mundo fascinante, realmente interesante. Al noventa por ciento de mi clase le resultaba catastróficamente aburrida e innecesaria, pero yo miraba más allá. Comprendía que la tecnología formaba parte de nosotros cada día y que sin ella todo sería diferente. Y así es como me pasé a ciencias, y ahora estoy a punto de terminar el bachillerato tecnológico con buenas notas. Todo un mérito por mi parte. Ahora sé más o menos lo que quiero estudiar, pero todavía no estoy muy seguro. Tengo en mente desde hace un año una carrera en especial. Una carrera en la que se comprenda desde el arte hasta la tecnología. ¿Diseño gráfico? No. Me planteé seriamente estudiar una carrera de arquitectura, y aquí estoy, hincando los codos.
– Eh, Óli, ¿hoy vas en autobús? – Me pregunta Rebeca, que camina a mi lado alegremente hacia la parada.
– No, Hugo sale antes y pasa a por mí. – Le explico. Mi hermano tiene horarios extraños, realmente se los crea el solito, porque no creo que tenga tanta diferencia de descansos. No sé cómo no le han despedido todavía. – ¡Hasta luego!
Se despide de mí agitando la mano con fuerza y se vuelve hacia delante para poner un pie en las escaleras del autobús. Coloco el skate enfrente de mí y pongo un pie encima contemplando el horizonte, realmente sin ver nada, puesto que me encuentro sumido en mis enredados pensamientos. Saco el móvil y los cascos del bolsillo pequeño de la mochila y me los coloco para a continuación hacer que comience a reproducirse la música. Todo lo demás a mi alrededor me resulta ajeno. La gente camina, sonriente, con un peso increíble sobre la espalda, hablando y llevando una vida simple y normal. Gratificante. Caminan en dirección a los autobuses, mientras yo debo esperar en el aparcamiento al pesado de mi hermano mayor. De repente siento cómo una presión se cierne en mi trasero. Inmediatamente me quito los cascos y siento el picor recorriendo mi culo. Por delante de mí, una chica que reconozco al instante, corre huyendo de la nada.
– ¡Que sepas que me has dejado marca! – Le grito a lo lejos.
– ¡Para que veas que soy para siempre! – Me contesta Alicia subiéndose al autobús no sin antes lanzarme una de sus sonrisas.
Por un lado, su respuesta me preocupa. La razón es la de que la fase más dura comienza. La ruptura. Hugo siempre me dice lo mismo, que debería liarme con ellas y luego dejarlas tiradas como un pañuelo a rebosar de mocos. Pero no puedo evitar encapricharme, sigo sintiendo cosas cada vez que empiezo con una chica, no soy de piedra. Me gusta hacerlas reír, que se rían, que me cuenten sus problemas, haciéndome saber que sienten confianza. Eso me gusta. Pero lo de ir de flor en flor tan rápidamente no va conmigo, porque también resulta duro para mí. Sé que luego soy yo el que rompe, y al haber estado más tiempo la situación se torna más delicada, pero recuerdo a todas las chicas con las que he estado. Aparentaré ser un capullo por mis acciones, pero sé situarme en la piel de los demás, y tengo corazón.
Un estruendo retumba por todo el parking. Como no me he vuelto a colocar los auriculares, reacciono alerta, en busca del estridente sonido. Tras inspeccionar en un segundo todo mi alrededor, descubro al culpable de aquella interrupción. Más bien a la culpable. El ruido es procedente de una moto. Nunca he sabido manejarme en el tema de las motos, por lo que solamente puedo decir que es una moto negra. Muy bonita. Y hasta aquí mi aportación al mundo motorístico.
Saca de debajo del asiento un casco azul con rayas negras y se lo coloca sobre su ondulado pelo castaño. Observo cada uno de sus movimiento hasta que, tras ponerse en marcha, desaparece por el final de la calle. Y pensar que en un momento fuimos verdaderos amigos. Me parece tan lejano que ni lo recuerdo.
Tras diez minutos de espera dando vueltas con el skate por el ahora vacío aparcamiento, el coche de mi hermano irrumpe con desfachatez el silencio que me envolvía hace unos segundos. Para justo en frente de mí y desde fuera puedo escuchar el alto volumen de la radio. Mi alocado hermano, concentrado en su extraño baile sobre su asiento, me indica que monte al coche. Obedezco a su mensaje no pronunciado y me siento de copiloto, como siempre que pasa a por mí.
– Sigo esperando una respuesta. – Me suelta de pronto tras dos minutos en completo silencio, al menos entre nosotros. Me he visto obligado a bajar el volumen de la radio porque ya era excesivo y mis oídos lo pedían a gritos. Por no mencionar que era una horterada.
– ¿Una respuesta? – Pregunto extrañado. – ¿De qué hablas?
– La número 99... – Se lleva una mano a la frente con fastidio mientras que con la otra mantiene el volante. – ¿Cómo se llamaba? ¿Alba?
– Alicia. – Le corrijo.
Hugo realiza un gesto de desgana como quitándole importancia, y a continuación se pasa una mano por el ondulado pelo oscuro. A veces es impactante ver a alguien con el cabello tan oscuro y unos ojos tan azules. En verano suelen confundirle con algún extranjero y siempre hay alguien que le pregunta algo en inglés. A mí también me pasa, pero menos, tendré cara de español.
– Pues eso. – Responde después de un rato. – ¿Cuándo vas a cortar con ella?
– Pronto.
– Ya sé quién será tu próxima y última víctima. – Anuncia con completo orgullo, se ve que le parece muy bonita toda esta situación. A mí cada vez me da más asco. – Si te soy sincero, pensé que jamás lo conseguirías.
A veces me gustaría que eso fuera así.

jueves, 15 de noviembre de 2012

7. SUPERFICIALIDAD.


Después de tres horas de clase, llega el momento de salir al recreo. El patio, ese momento deseado por cada atareado alumno de cada colegio e instituto. Unos aproximados veinte minutos de felicidad que transcurren con espantosa rapidez. Es como aquello de por qué el lunes está tan lejos del viernes y el viernes tan cerca del lunes. Una paradoja a mi parecer. Empleamos ese tiempo en tomar nuestro almuerzo, charlar y despejarnos después de las tres horas lectivas. Lo bueno de mi instituto es que los alumnos de bachillerato podemos salir fuera del recinto escolar, pero no nos es necesario. Justo al lado de la pista de baloncesto, se encuentra un pequeño sobresaliente de hierba artificial en el cual nos podemos sentar bajo la sombra de un árbol de hoja perenne. Desde que entramos a bachillerato, ese sitio nos pertenece. Sí, se podría decir que somos poseedores de un terreno, suena bien. Cada vez que algún pobre niño de primero se sienta feliz en la fresca hierba, es automáticamente avisado y expulsado. Nos temen.
– Arancha, por Dios, cómprate un amigo. – Aúlla Víctor desde la otra punta del patio. Viene corriendo como si en ello consistiera su vida y cuando llega, reprende a la pequeña alumna de segundo. Arancha es una chica que intenta hacerse nuestra amiga desde que empezó el instituto. Creemos que va a segundo de la ESO, pero nunca se lo hemos preguntado. Siempre aparece sentada en medio del césped con su bocadillo de paté, nunca falla. Me pregunto si saldrá antes de clase para llegar antes. Me sorprende, puesto que los de bachiller damos clase en la primera planta y los demás cursos deben subir y bajar las escaleras. A veces consigue asustarme. Es una chica de estatura diminuta, demasiado. Pelo corto y liso, unos ojos oscuros ampliados por las gafas de culo de vaso, como dice Rebeca y unos aparatos que no le permiten cerrar la boca. Me da lástima que se metan con ella, pero llega a cansar. – El día que no aparezcas aquí, vendré desnudo a clase.
– Yo que tú no la tentaría de esa manera. – Le oprime Tomás.
La pequeña agarra su bocadillo y su zumo, y sale pitando por el patio para desaparecer tras el edificio. Es una niña realmente extraña, inusual y curiosa. Me gustaría hablar algún día con ella, para ver qué descubriría del mundo en el que vive. Aunque me da miedo sobre lo que pueda consistir esa conversación, tiene una extraña obsesión hacia mí. A principio de curso comenzó a seguirme por todas partes. No podía ir al aseo sin su consentimiento, y siempre me esperaba a la puerta de clase. Veloz y silenciosa, conseguía alcanzarme allá donde fuera. Todo acabó cuando Iván mantuvo una extensa conversación con ella. Iván es un chico de pequeña estatura para su edad, siempre bromeamos con él metiéndonos con su tamaño, pero nunca le ha importado. Es más, siempre sugería nuevas bromas, no hay mejor antídoto que reírse de uno mismo, e Iván es la prueba de ello. El caso es que la esperó a la puerta de la clase, dijo que se sentía importante por ser más alto que ella, y le soltó un sermón sobre el acoso. No nos contó qué le dijo exactamente, pero todos nos hicimos una idea. Iván puede llegar a ser muy persuasivo con su mirada de ojos verdes.
Todos nos sentamos sobre la hierba formando un círculo. Víctor, Natalia y Lorena se pelean por el pequeño trozo de sombra que ofrecen las hojas del único árbol cercano. Como era de esperar, la batalla es ganada por Natalia, la chica más bruta que he conocido en toda mi vida. Tiene el pelo más largo y lacio del mundo, interminable. Le alcanza hasta el final de la espalda, quizás le haya crecido más. Sus ojos marrones brillan incluso en la oscuridad, es una chica muy guapa. Nadie diría que reparte a todo el mundo. A simple vista, cuando no la conoces, la primera impresión que ofrece es la de una chica normal ligeramente alta. Incluso yo caí en la trampa. Hace dos años que la conozco y todavía conservo un morado del primer día que intimé con ella. Me arreó un guantazo en toda la espalda porque tenía una mosca. Quizás no mató a la mosca, pero a mí, sí.
– Hay que joderse, no aguanto historia, moriré. – Dice Lorena llevándose una mano a la frente, con gesto teatral.
– Mira que eres sufridora, si luego en los exámenes sacas un 11. – Le suelta por toda la cara Samuel. Lo que ha dicho es cierto, Lorena es aquella chica que dice que no estudia pero para un examen de un tema, empieza a estudiar la semana antes. Siempre se pone nerviosa, dice que suspense, y luego saca la mejor nota. He conseguido acostumbrarme, pero suele sacarme de mis casillas. – Das asco.
– Yo también te quiero. – Le responde lanzándole un beso desde el otro lado de nuestro círculo humano.
A mi parecer somos un grupo bastante normal, basado en etiquetas. Como en las típicas películas americanas. Siempre he tenido muchos prejuicios y soy un pelín superficial, pero no voy por ahí insultando a nadie por su aspecto, eso sería una falta de respeto, y educación es algo de lo que puedo alardear. El tema consigue tocarme la moral, porque todo el mundo, diga lo que diga su filosofía, es superficial. Cuando, por ejemplo, en mi caso, veo a un grupo de chicas, no me fijo primero en la que está ligeramente rellenita o en la que lleva gafas y aparato. Es inevitable, siempre dirigiremos nuestra mirada hacia esa persona que destaque por su belleza. Las primeras impresiones son importantes para mí, porque cuando una chica me llama la atención, es perfecta. Todo el mundo se ha encaprichado de alguien por su físico. Ya es el caso de los famosos. No te enamoras de ellos por su bonita personalidad, sino por su bonita cara.
A partir de ahí, todo es un mundo. Llegas a conocer a ese grupo de chicas, resulta que la chica rellenita es muy graciosa y amable y que la de las gafas es muy simpática y dulce. Pero cuando no conoces a nadie, todo se rige por el aspecto. Si muchas chicas que dicen estar enamoradas de mí me conocieran de verdad, quizás se replantearían su 'amor' por mí.
– Protón, vuelve a la Tierra. – Víctor me arroja una bolita arrugada de papel de aluminio a la cabeza. Me da lleno en toda la frente y eso provoca la risa en todos los presentes. Inconscientemente me he quedado con la boca entreabierta. La cierro de inmediato y le devuelvo la pelota a Víctor. – Mira, ya no te aburrirás, tu amada viene por ahí.
Alza ligeramente la cabeza en mi dirección para indicarme que Alicia se acerca hasta nuestra posición. Me pongo en pie peinándome el pelo con la mano y espero a que se sitúe enfrente de mí para darme un beso en el labio inferior. Mi hermano tiene buen gusto. Me agarra de la mano para llevarme con ella, y con la sobrante me despido de mis amigos. Iván hace un gesto obsceno y le muestro mi dedo corazón.
Alicia es una chica medianamente alta, de pelo negro tintado por la altura de los hombros, liso, anteriormente era rubia. Tiene unos ojos verdes provenientes de otro mundo. Siento debilidad hacia los ojos verdes, son preciosos. Pero lo que me hace amar en unos ojos, es la naturalidad y la brillantez. No hay naturalidad en sus ojos enmarcados en lápiz negro ni en sus pestañas falsas que intentan dar el pego, pero es guapa, e inalcanzable. Al menos para los demás.
Caminamos aferrados de la mano, en silencio, hasta llegar a la parte de detrás del instituto. Se supone que es nuestro lugar secreto, pero tiene de secreto lo que yo te diga. Por el camino tenía miedo de que al llegar nos encontráramos con Arancha, que suele aparecer de infraganti haciendo que me asuste de vez en cuando. Ahora soy yo quien va por delante y hago que Alicia se apoye en una esquina.
– Te he echado de menos este fin de semana. – Me susurra con tono adulador a la vez que me peina el pelo hacia atrás. – ¿Y tú?
– No tienes ni idea. – Le respondo tan cerca de sus labios que el aire que expulsa incide sobre mi nariz.
A continuación me agarra del cuello y presiona sus labios sobre los míos con deseo, con una fuerza que no recuerdo haber sentido antes. Me aferro a su cintura con las manos y la obligo a acercarse a mí. Otra cosa buena de Alicia es que besa de manera fenomenal. De vez en cuando me muerde el labio inferior, y eso me encanta. Esta clase de cosas le dan puntos a favor a este estúpido reto con resultados.
– Te quiero. – Me dice tras separarse de mí, todavía abrazándome.
– Yo también te quiero.
Y esa es otra de las mentiras que ha salido tantas veces de mi boca.

lunes, 12 de noviembre de 2012

6. ATENCIÓN.


– Guarden los aparatos electrónicos, por favor. – El señor Suarez entra por la puerta recitando su pesada coletilla. Es nuestro profesor de biología. Un hombre de mediana edad, de grandes dimensiones y una pequeña barba entrecana que me suele recordar a Papá Noel. – Señor Espinosa, ¿no me ha escuchado?
Álvaro Espinosa, se ve obligado a guardar en la mochila el móvil que supuestamente escondía. El señor Suarez es el único profesor que nos habla de usted, y siempre nos pide respeto. Parecerá un carroza y un aburrido, pero es el profesor con el que mejor nos lo pasamos. Cuenta chistes malos de biólogos y a quien acierta las adivinanzas le sube la nota. Nos anima a estar atentos, es un buen método.
Saco mi archivador de los Lakers de mi mochila y me dispongo a coger el libro cuando una nota aterriza enfrente de mí. Miro a mi alrededor, pero no nadie me observa con indicios de emisor. Que raro que comiencen a enviar notas tan temprano, normalmente es durante la clase. Me agacho para alcanzar la nota y me incorporo en mi sitio. En clase nos sentamos por orden de lista, por lo que estoy en la segunda fila al lado de Carla Coral. Se podría decir que es la empollona de clase, por lo que no me distraigo fácilmente y siempre consigo estar atento. También me ayuda con lo que no consigo entender, incluso una vez, que teníamos un examen de tres temas y yo me puse malo la semana antes, vino a mi casa para ayudarme a estudiar. Es una buena chica.
Escondida en el estuche, lenta y sutilmente, con la mirada fija en la pizarra, despliego la nota recibida y antes de comenzar a leer, Carla me da un codazo. El profesor ha lanzado una mirada en nuestra dirección, y si me llega a ver concentrado en mi estuche, me habría llamado la atención. Cuando comienza a dar una explicación sobre genética ayudado de la pizarra, le doy las gracias a Carla con la mirada, ella asiente. Quizás sea la única persona en este instituto que me vea con otros ojos, no habla a mis espaldas, me dice las cosas que le parecen mal sobre mi conducta y puede que pase de sus consejos, pero en ningún momento dejo de escucharla. Incluso rechazando su ayuda, continúa ahí para echarme una mano. Nunca he llegado a intimar con ella, pero soy feliz con nuestra extraña relación de compañeros.
De una vez por todas, leo el contenido de la nota: "Mucho estás tardando tú en romper con otra zorra más, ¿no se nos habrá encaprichado el melenas, no?". Releo la nota por tercera vez e incrédulo, miro hacia atrás en busca de un culpable. ¿Quién de los presentes puede haber sido? Todos miran atentos a la explicación del señor Suarez, todos menos ella.
Ha resultado casi imperceptible, pero por un descuido, ella misma se ha delatado. Aquellos ojos extraños se han posado sobre los míos durante un microsegundo. Pero ha sido suficiente para saber que ella es la emisora de la nota que reside entre mis manos. Pensé que ya no formaba parte de sus pensamientos, pero ya no sé si es peor no formar parte de ellos, o ser un sinónimo de odio. Me planteo la situación y considero que prefiero no formar parte de ellos. Ser invisible para alguien es más de lo que puedo pedir. Hay momentos en los que me encanta que me reconozcan, que sepan mi nombre y que me señalen, a veces es satisfactorio, pero otras agobiante. Hay momentos en los que desearía no ser nadie, ser un simple que únicamente sale de su casa para ir a clase. Me gustaría saber qué se siente siendo así.
– Protón Cos, ¿vive en la nebulosa o es imaginación mía? – El señor Suarez me hace recobrar el sentido de la realidad y volver al mundo al que pertenezco. La clase ríe ante su llamada de atención. – ¿Qué pasa por su mente? Cuéntenos.
– No quiero aburrir a nadie. – Intento rehuir una conversación innecesaria, pero resulta en vano.
– Sabe que este es el Salón de la señorita Pepis cuando nos lo proponemos. – Se pasa la mano por la calva con mirada soñadora y una sonrisa de falsa felicidad. Las imitaciones del señor Suarez son tronchantes. – ¿Se le ha roto el espejo, señorito Cos?
En clase de biología hacemos de todo, menos dar clase. Parece un rincón de cotilleos en el que todo el mundo cuenta sus problemas. De vez en cuando el profesor salta diciendo: "¡Esta unidad es estrepitosamente aburrida! Hablemos del partido de anoche". Y a continuación comenzamos a hacer debates sobre el tema, en este caso del partido. Sin duda, la clase de Biología es la mejor de todo el día, menos cuando soy yo el centro de atención.
– No, señor – Me lamento haciendo que sobresalga el labio inferior. A lo cachorrito, como diría mi prima Laura. – , ésta vez ha sido el peine. Muy trágico todo.
– Ya decía yo que esa maraña de pelos no podía ser obra del Señor. – Todos volvemos a reír, el señor Suarez es como un adolescente más, solamente que más recatado y fino. Al menos aparentemente. – Ya sé qué regalarle por su cumpleaños. Me lo he pedido.
Dice la última frase levantando la mano. Después de entrar en conversación con otro alumno despeinado, vuelve a su trabajo escribiendo el resumen del apartado dos del tema diez. Me encanta la genética, me resulta curiosa e interesante. Saco una hoja de cuadros y comienzo a copiar todo lo que el profesor escribe en la pizarra. Instintivamente, giro la cabeza para encontrarme de nuevo con aquella mirada que hace mucho tiempo desprendía cariño. Aquella mirada del color de las avellanas que me hacía sentir cosas increíbles. Aquella mirada con la que no he vuelto a tener contacto. Aquella mirada que ahora desprende odio.
Observo cómo sus suaves y rosados labios se entreabren para decir algo, pero se lo piensa dos veces y vuelve a cerrar la boca. El castaño y largo pelo ondulado, se mueve de un lado para otro, como en las películas, por la corriente de aire entrante por la ventana. He de admitir que es preciosa. He de admitir que significó mucho para mí. Pero también de admitir que forma parte de mi pasado.
Amelia.

domingo, 11 de noviembre de 2012

5. INUSUAL.


– ¡Mirad quién viene por ahí! – Mi mejor amigo, Víctor, corre con los brazos abiertos en mi dirección. – ¿Qué te trae por aquí a estas horas? ¿Es que has usado un despertador?
Tengo fama de llegar siempre tarde, por lo que es algo extraordinario y digno de ver el que haya llegado antes de que toque el timbre. La culpa suele ser de mi madre, pero yo no soy más inocente. Ella desayuna antes que yo, se entretiene y me avisa tarde, pero luego cuando lo hace, yo permanezco tumbado de cinco a diez minutos, de ahí que llegue tan apurado al instituto. Como hoy ha sido mi hermano el encargado de ello, no ha habido ningún problema, hacía años que no venía antes de tiempo.
Víctor me pasa los brazos por la espalda, yo le imito y ambos nos golpeamos amigablemente un par de veces para a continuación separarnos. Miro el estrafalario atuendo que viste hoy mi querido amigo. Unos pantalones pitillo de color de la mostaza que se aprecian a kilómetros a la redonda, una camiseta blanca ancha de manga corta con un pequeño bolsillo negro en el pecho. Las zapatillas a juego y cómo no, su pulsera de la suerte. Es un trozo de cuero negro, pero desde que le conozco no se ha deshecho de esa pulsera, piensa que con ella puede hacer cualquier cosa, le inspira fe y cree que con ella puede aprobar los exámenes. No tengo ni idea de si es consciente de que si no sabe ni de lo que va el examen, es imposible que apruebe, con milagro o sin él.
– Me he sentido inspirado, pelo-pincho. – Le paso una mano por el pelo oscuro engominado como antes me ha hecho Carlos a mí. Reacciona pegándome un manotazo justo a tiempo de que moviera uno de los mechones dispersos. Siente pasión por llevar el pelo en punta en todas direcciones. He de admitir que queda muy bien y da un efecto natural, pero tras ese bonito peinado, hay horas y horas de trabajo para conseguir un acabado perfecto. – Seguro que si te toco, me desinflo.
– Qué gracioso eres. – Utiliza un tono tedioso que suele emplear cuando se burla de alguien, que suele ser constantemente.
Lo que más me gusta de Víctor es que es un chico extrovertido y te lo dice todo a la cara. Si no le caes bien, te lo dice, si no le gusta algo de ti, también. Es algo bueno, porque así no debes temer por lo que piense realmente de ti. Es muy amigable, le conocí hace tres años, cuando estaba en tercero. Él ya me conocía, y yo ya le había visto de vez en cuando por el patio, pero nunca había tenido ninguna clase de contacto con él. Un día, jugando al fútbolen el segundo recreo, nos pusieron en el mismo equipo. Él comenzó a insultarme diciéndome que era un manta, porque dejé salir fuera dos balones. Me cabreé y empecé a jugar muy en serio, tanto que daba miedo. Empezamos a realizar jugadas y en cuanto acabamos el partido, me dio la enhorabuena. Desde entonces somos mejores amigos.
Víctor es mi único mejor amigo. Amigo tengo bastantes, demasiados, pero como mejor amigo, solo le tengo a él. Sé que puedo contarle cualquier cosa, se reirá de mí por mis estupideces y mis ideas absurdas, pero sabe aconsejar, y cuando se toma las cosas en serio, se las toma de verdad. Él es la única persona del instituto que conoce la historia del reto y de por qué realmente tengo fama de ligón.
Luego están Mario y Óscar. Eran mis mejores amigos desde el colegio, desde infantil. Mario incluso desde la guardería. Éramos como los tres mosqueteros, o al menos así nos denominábamos, incluso una vez en Halloween nos disfrazamos con esa temática. Pero todo cambió en cuanto pasamos al instituto. Yo comencé con mi nueva faceta, Mario empezó a ir con gente de no muy buena reputación, y Óscar acabó siendo amigo de los frikis. Con Mario ya he perdido totalmente el contacto, porque ahora es un porrero sin futuro, pero con Óscar todavía me sigo llevando bien. Cuando se distanció de mí, seguíamos hablando como siempre, pero ya no estábamos juntos en el patio, era algo extraño, pero con el tiempo volvimos a retomar la amistad. Todo iba bien hasta que un día, dejó de hablarme. Sin motivo alguno, simplemente decidió no dirigirme la palabra. Como es normal, me sentí ofendido y le pedí una explicación, pero no me la dio hasta que pasaron los meses.
La razón era muy compleja, incluso acabó llorando. Se suponía que llevaba meses siendo acosado por los demás alumnos. En su clase se metían con él y le insultaban. Le escondían la mochila y le rompían los deberes. Incluso una vez le amenazaron de muerte. ¿La razón? Porque confesó que era gay. En pleno siglo XXI, sus propios compañeros, que decían ser sus amigos, lo humillaron profundamente. Calló en una depresión que le llevó a plantearse el suicidio. Su solución fue juntarse conmigo, porque por aquel entonces, yo ya tenía la imagen que tengo hasta el día de hoy. No me contó nada porque no quería que le insultara como los demás, pero luego se arrepintió porque sentía que me estaba mintiendo y no le parecía bien. Fueron momentos muy duros, pero le ayudé a superarlos. Cada persona que le señalaba y le decía 'maricón', se llevaba una paliza. Pero no por parte de mí, solamente, sino también por su parte. Óscar nunca ha sido lo que se dice 'un chico delicado', hasta el día de hoy continúa siendo muy bruto, por lo que no es aconsejable meterse con él. Ahora es feliz con su novio Ulises, y me alegro de que lo sea, porque nadie se merece pasar por lo que pasó. Aunque no tengamos tanto contacto como antes, sé que si necesito hablar con alguien, puedo hacerlo con él.
Víctor y yo caminamos por el aparcamiento hasta llegar a la cafetería del instituto. Todo el mundo ha pedido ya sus bocadillos y la barra está despejada, pero nosotros nos dirigimos hacia la mesa del fondo, donde nos espera el grupo. Agarro una silla de la mesa de al lado para poder sentarme, pero no sin antes pedirle permiso al grupo de chicas de tercer curso que están reunidas. Me contestan con un 'sí' al unísono, casi como un coro, como si lo estuvieran ensayando desde hace meses. Coloco la silla al lado de la de Isaac y me siento dejando el skate a los pies.
– Buenos días, ¿eh? – Saludo después de unos segundos en perpetuo silencio.
– ¿Qué haces aquí? – Me pregunta Sofía desde su sitio al lado del ventanal. – ¿Sabes que aún no ha tocado el timbre? Es asombroso.
– Estáis pesados con la bromita, tampoco es para tanto.
Comienzan a reír como si acabase de contar el mejor chiste de la historia. De vez en cuando suelo ser el centro de las risas, pero cuando realizo algún comentario cómico o sarcástico, pero nunca de las risas hacia mi persona. Me cruzo de brazos y entrecierro los ojos con mirada desafiante parándome en cada uno de los integrantes del grupo. Somos en total unas diez personas, contándome a mí. Víctor, Sofía, Natalia, Isaac, Tomás, Samuel, Rebeca, Iván, Lorena y yo. Somos el grupito al que todo el mundo respeta y envidia, nos imponemos sobre los demás por nuestro estatus. No solemos aprovecharnos de nuestro poder, pero cuando se nos presenta la ocasión, no dudamos en hacernos de notar.
– Venga, pobrecito, deberíamos darle la enhorabuena. – Concluye Natalia antes de que comiencen a aplaudirme y a hacerme ovaciones. ¿Ves? Esto me gusta más.
Miro mi reloj de muñeca, lo tengo mal puesto, por eso pensaba que llegaba tarde. Según el puntual reloj de Iván, quedan seis minutos para que toque el timbre y tengamos que adentrarnos al infierno diario estudiantil. Aaron, Iván y Samuel comienzan a hablar sobre el nuevo Black Ops que acaban de sacar. Yo no soy muy de Call of Dutty, pero si me mencionan echar alguna partida, no me niego. Iván y Víctor y Rebeca comienzan a tontear descaradamente y al cabo de un minuto ya se están liando. Lorena, Tomás y Sofía hablan sobre el examen de selectividad, que se están volviendo locos y de demás temas que prefiero dejar a un lado durante estos cinco minutos que quedan. Este es el panorama que me pierdo cada día. Tampoco es que pierda mucho. Aunque ganaría algo.
– Hola, mi amor, no te esperaba. – No necesito girarme para saber quién me besa el cuello suavemente. Alicia. – Mejor, así tenemos más tiempo.
Señoras y señores, les presento a la número 99.

4. PERSONALIDAD.


Me pongo en pie de la silla y con un gesto de la cabeza obligo a mi hermano a salir de la cocina para hablar en privado. Mi madre y Carlos nos miran perplejos por los acontecimientos surgidos sin decir palabra, pero mi hermano obedece a mis órdenes con una sonrisa en la cara. Le divierte la situación. Siempre ha jugado mucho con el trato, pero no hasta este punto. Siempre insinuaba cosas, como: 'No puedes estar solo con esa cara' o 'Si es que en el fondo te pareces a mí'. Indirectas que únicamente yo captaba. En esta ocasión se ha lucido.
Le agarro de los hombros y lo arrastro hasta el salón donde cierro la puerta después de adentrarme en él. El salón es la zona más amplia del piso. Una mesa redonda a la izquierda frente a la puerta, y un sofá con un sillón a la derecha. Con una televisión enfrente, por supuesto. La mesa la utilizamos para las grandes comidas familiares. Sí, esos maravillosos días en los que te tienes que vestir bien en tu propia casa para que tu familia no piense mal de ti. Lo único bueno de esos días es que puedo estar con mi tío Fernando. Es el hermano pequeño de mi padre, y tiene 27 años. Podrá tener 27 años físicos, pero mentales tiene unos 5. No he conocido a una persona más infantil que mi tío, se pelea con mis primos pequeños por los juguetes y por cambiar el canal de la televisión. Es el mejor tío del mundo, siempre me hace reír, es como mi mejor amigo, se lo puedo contar todo. Es el único de la familia con el que tengo la suficiente confianza como para haberle contado lo del reto. Para mí esa confesión supone todo el respeto de mi familia. Conocen la historia de Hugo, saben cómo es, pero yo sigo siendo el ejemplo de familia. Prácticamente no me conocen.
Apoyo una mano en la pared lisa del color del melocotón y miro con odio a mi hermano. Siempre creí que era demasiado grande, pero ahora veo que es solamente la musculatura, porque le saco media cabeza. Observo su uniforme de rayas verticales. Lleva un par de meses trabajando en Mercadona. Mi hermano nunca ha sido muy aficionado a los estudios, siempre quiso ser cantante, pero canta fatal, así que fue un mal sueño. En cuanto aterrizó en la realidad, abandonando aquella falsa vida que creaba en su mente, se dio cuenta de que tendría que volar en algún momento del nido. A sus 21 años todavía no se ha planteado buscar un hogar propio, tampoco es que el sueldo que le ofrecen sea millonario, pero ahorrando todo se consigue. Mi madre ya está harta de sus cuentos de: 'Mañana mismo me busco algo'.
– Rápido, que tengo prisa. – Dice mirando con descaro su reloj de muñeca.
– ¿Pero tú de qué vas? – Le pregunto. – Teníamos un trato.
– Piensa que en cuanto consigas acabar el juego, el trato se acabará y yo ya no te deberé nada.
Le maldigo en mis pensamientos y me aguanto las ganas de arrearle un puñetazo en plena cara. Normalmente mi hermano me tienta hasta el límite de desear su muerte, pero ahora ardo en deseos de que sea torturado. Torturado por mí, no hay nada más malo que tener un hermano que te manipule.
– Es broma, capullo, solamente me aburría y me apetecía cabrearte un poco. – Me da una palmadita en el cuello y se aleja lentamente de mí hasta la puerta. – Y veo que lo he conseguido, me voy a trabajar.
Escucho cómo se despide de Carlos y de mi madre antes de desaparecer con un portazo. Vuelvo a la cocina con el corazón en un puño, ¿y ahora qué le digo a mi madre? He reaccionado completamente a la defensiva, seguro que se interesa sobre nuestra pequeña discusión, es la madre más cotilla del mundo. Empujo la puerta abierta de la cocina y justo cuando entro es cuando intenta salir Carlos, agarrándose la corbata con las manos.
– Donna, tengo que ir a trabajar. – Me pasa la mano por el pelo revolviéndomelo y agarra las llaves del cuenco de la entrada para desaparecer como ha hecho antes Hugo. – ¡Que paséis un buen día!
No he visto a hombre más vital y lleno de alegría y entusiasmo que Carlos. Vive la vida como si fuera una serie de comedia, no borra la sonrisa en ningún momento. Al principio me resultaba tedioso, pero a medida que me fui acostumbrando, comencé a ver en su extraño comportamiento, un significado. Se enfrenta a la vida con la cabeza bien alta y la felicidad recorriendo su rostro, y al final, quieras o no, acabas contagiado.
Me peino con la mano derecha para dejar en su estado habitual el pelo alborotado intencionadamente y me siento sobre mi silla. Aunque tenga la mirada fija sobre mi vaso de Cola Cao, noto cómo mi madre clava su mirada en mí. Incluso me atrevo a decir que ni parpadea, levanto levemente la cabeza para comprobarlo, y efectivamente, ahí está, dándole un último sorbo a su café. Lo deja sobre el fregadero y se sienta en una silla frente a mí.
– ¿A qué ha venido lo de antes? – Rezaba mentalmente para que no se tratara de ello, pero al final tengo razón en lo de ser ateo.
Encierra entre sus finos y esbeltos dedos un mechón de su moreno pelo ondulado. Su procedencia italiana se refleja en la tez de su piel, ligeramente morena durante todo el año. Tengo el tono de piel y el pelo castaño de mi padre, pero los ojos azules los he heredado de mi madre. Ni mi hermano ni yo hemos sido receptores del típico color marrón oscuro de los ojos españoles de mi padre. Todo el mundo se sorprende en cuanto menciono que soy medio italiano, suena exótico.
– Eh... Nada. – Intento rebuscar entre mis ideas alguna clase de excusa digna de ser creída. – Que el número 99 no lo he hecho. Le dije que no te dijera que no me salían los ejercicios de matemáticas, pero es un chivato. – La excusa de que el perro se ha comido los deberes es más creíble que la mierda que acabo de soltar.
– Sabes que si necesitas refuerzo en matemáticas, te podemos buscar un tutor. – Es increíble, se lo ha creído. Desde que pasé a bachillerato, no ha dejado de insistirme en que si necesito ayuda, que no dude en comentárselo. No me puedo creer que se lo crea, estando al último mes del curso a punto de hacer la selectividad.
– Lo sé, siempre me lo dices. – Intento hacerme la víctima, con los años he conseguido ser mejor actor, pero aquello de inventar excusas nunca ha sido lo mío. Miro mi reloj de muñeca y me pongo en pie al instante. Llego tarde. – ¡Mamá, me voy ya que en cinco minutos tengo que estar allí!
Salgo volando de la cocina sin darle tiempo a que se despida. Corro hasta mi habitación para llenar la mochila con libros al azar, puesto que no pienso utilizar ninguno. El día que hagan libros de texto con una tapa mullida, me interesaré por ellos. Me echo la mochila roja a la espalda, agarro el skate y salgo de mi cuarto para dirigirme a la entrada, donde mi madre sujeta mis llaves con exasperación. Siempre me las dejo, incluso una vez me tuve que quedar fuera dos horas hasta que llegase mi madre para abrirme.
– ¡Adiós! – Me despido de ella alzando la voz sin importarme la vida de los vecinos.
Lo malo de vivir en un tercer piso son las escaleras. La bajada es completamente llevadera, pero ya lo de subir por ellas, es agotador. Mi madre me prohíbe completamente usar el ascensor, porque dice que es un gasto innecesario de luz y energía. Pero yo me paso sus rollos ecologistas por el forro del pantalón y cuando sé que no está en casa, subo por el ascensor.
Del bolsillo pequeño de la mochila saco mi iPod y lo enciendo para hacer el camino hasta el instituto más llevadero. Dejo el skate en el suelo en cuanto salgo del portal y me deslizo sobre él por la calle desierta. A estas horas solamente salen los jóvenes. La noche no es joven, los lunes por la mañana lo son.
Tarareo en mi cabeza cada una de las canciones que se reproducen y después de cinco minutos exactos, llego a la cárcel que me sugiere ser el instituto. Al principio fueron buenos años, pero luego empezó tercero y ya la cosa se tornó oscura. Me acoplo a un grupo de chicas de primero que entre risas intentan evitar contactar con mi mirada. Me hace gracia que les de miedo hablar conmigo, tampoco las voy a violar. Saluda a la chica del pelo castaño liso que va en medio, es la hermana pequeña de Víctor, Sara. Me separo del grupo de chicas a las que de lejos y con la música puesta todavía escucho cuchichear y reír. Me adelanto para llegar hasta la entrada del instituto, pongo un pie en el suelo mirando el edificio.
Aquí es cuando dejo de lado al chico dulce.

3. RETO.


La tensión era superior a mí, ¿en serio estaba esperando a que yo me postrara ante sus pies a pedirle ayuda? ¿Era tan predecible? Siempre busqué alguna solución por mi cuenta, puesto que nunca encontré el valor para preguntárselo. Mi única conclusión con posibilidades era la de que él también ansiaba fama en cuanto pasó a primero. Me quedé con aquel motivo en forma de explicación. Para saciar mi duda. Cuando no consigo entender de qué va la cosa, intento encontrar cualquier clase de respuesta, sino me desespero.
– ¿Qué quieres decir? – Pregunté extrañado.
– Te propongo un reto que te llevará a lo más alto, hermanito. – Anunció con gesto soñador, mirando al techo. Instintivamente, también alcé la cabeza por la curiosidad.
¿Un reto? Me pregunté. Y menudo reto, aquel reto me haría sentir genial, me haría crecerme, ser alguien en menos de un año. Ser aquel al que todos conocen. Sería el más popular de todos. Sería Óliver Cos, aquel chico que se hizo de notar. Se me subió a la cabeza, me creía el mejor, mis amigos empezaron a separarse de mí porque no me aguantaban. Cambié completamente mi forma de ser, perdí todo aquello que quería, pero no me importó lo más mínimo. Seguí con todo el problema hasta llevarlo a la cumbre. Lo conseguí, pero con malos resultados.
– ¿Qué trato? – Pregunté notablemente interesado en las malvadas palabras de mi hermano.
– Jamás lo conseguiría. – Sentenció uno de los sicarios de mi hermano, Pablo.
– Démosle una oportunidad – insistió aquella persona feliz en la que se convirtió mi hermano – , tenemos los mismos genes, es posible que lo consiga.
Aquel temerario grupo de tres, me analizaba con la mirada como si de una rata de laboratorio se tratase. Sería una buena comparación, les serví de experimento. Más bien les serví de entretenimiento. Todavía me pregunto si mi hermano piensa que su idea fue la mejor solución para hacerme destacar. Si realmente él quería hacerme popular, o simplemente reírse de un pequeño influenciable. Llegó un momento en el que fui feliz, quizás.
– Veamos, Óli – comenzó con aquella historia que me adentraría a un nuevo mundo –, ¿quieres ser popular? Para destacar tienen que hablar de ti, para que hablen de ti tienes que hacer algo. ¿Qué se supone que vas a hacer? Yo te lo diré.
No me gustó por dónde quería ir, llegué a asustarme notablemente, por lo que Pablo y Rubén, comenzaron a reírse de nuevo, lo extraño es que mi hermano no se les unió, sino que se encargó de hacerles callar con un gesto de la mano. Les tenía atados a él como si fueran sus perros. no tenían libertad de expresión, ni dignidad, ni nada. Eran un par de lameculos que perseguían a mi hermano para hacerse los 'guays'. Menos mal que hace dos años se separaron por razones obvias.
– Tranquilo, no tienes que hacer cosas malas – se paró un segundo a procesar lo comentado – , o al menos no muy malas. Te voy a proponer un reto que te hará destacar. Tienes que liarte con 100 chicas antes de que termines el instituto. No me mires así, tienes tiempo.
Comencé a digerir la información. El reto consistía en que me liara con 100 chicas antes de acabar el instituto. Me pareció imposible, puesto que ni siquiera había dado mi primer beso. Todavía pensaba que las chicas eran unas cursis y que aquello de besarse debía ser una asquerosidad antihigiénica. Ingenuo de mí. No sé si fueron las ganas de triunfar, o el poco entusiasmo de tener que volver a escuchar las carcajadas de los siervos de mi hermano al escuchar mi respuesta negativa, pero acepté el reto.
– Lo haré. – Pronuncié aquellas dos palabras en voz alta, sintiéndome tanto poderoso como impotente. ¿Qué podía hacer un crío que tenía que ponerse de puntillas para tener los ojos de una chica a su altura? Era triste. Triste y patético.
Satisfecho ante mi respuesta, mi hermano se echó hacia atrás con las manos entrelazadas. Fue un gesto que se me quedó grabado, puesto que me recordaba a El Padrino. Le faltaba el gato. Aunque con dos perros le basta.
A partir de ahí, fue cuando comenzó todo. Empecé a darme cuenta de que era más fácil de lo que creía, me resultaba sencillo hacer que las chicas calleran rendidas a mis pies. Mis inusuales ojos azules les atraían, me querían. Mi aspecto infantil les parecía enternecedor, por lo que siempre me llevaba algún que otro beso en la mejilla de regalo de chicas de últimos cursos. Mi primera víctima, por así decirlo, fue Miranda Pérez. Era la chica más guapa de mi clase, por aquel entonces las chicas no estaban muy desarrolladas, era el primer curso, por lo que todo se regía a la belleza. Tenía el pelo largo y rizado, y los ojos más brillantes que había visto en mi vida. Fue fácil, ninguno de los dos se había liado antes con alguien, así que fue vergonzoso a la vez que divertido. Aquello de besar a una chica no estaba tan mal como pensaba. Lo peor fue la ruptura. Nunca antes había dejado a una chica, y no sabía cómo hacerlo. Imaginé que habría lágrimas, súplicas y toda clase de torturas psicológicas, pero lo único que me llevé fue una bofetada. Y no fue la primera.
Una vez que empecé, no pude parar. Dejé aquella apariencia humilde y tierna a un lado para convertirme en alguien seguro de sí mismo y capaz de cualquier cosa. Mi extravagancia sorprendía a todo el mundo, no me avergonzaba nada, era valiente y eso gustaba a la gente. Ya no necesitaba ir a por las chicas, ellas venían a mí. Algunas más mayores que otras.
Luego empecé a desarrollarme, crecí bastante, llegué al metro sesenta y cinco, comencé a hacer ejercicio apuntándome a fútbol y lo de ser skater sumaba puntos. Era alguien interesante, alguien a quien te apetecía conocer. Sigo siéndolo, sigo siendo esa horrible persona en la que me convertí, pero ésta vez siendo consciente de ello.

jueves, 1 de noviembre de 2012

ATENCIÓN.

Debo informaros de que como actualmente me encuentro en una época de exámenes, no encuentro momento para escribir. Me siento presionada y no me gusta no subir capítulos diarios, me parece injusto, puesto que lo prometí. Por ello voy a escribir todo lo que pueda durante este pesado periodo de tiempo más conocido como tercer curso, y volveré con todos los capítulos que lleve escritos, supongo que os lo debo. Os prometo que volveré, porque cuando empiezo algo, lo termino.

Un beso.