domingo, 6 de enero de 2013

NUEVO BLOG.

Buenas noches, os dejo esta nueva entrada para avisaros de que me he trasladado de cuenta Blogger, lo que implica que mis dos novelas no se encuentren ya aquí en activo. Las dos nuevas páginas son:

SUSURROS - http://noesmaloser1diferente.blogspot.com.es/

100 - http://escomosobrevivimos.blogspot.com.es/

El nuevo capítulo de ''100'', ya está subido en el nuevo blog, y a partir de ahora todos los capítulos serán publicados en este. Si no es mucho pedir, me gustaría que todas mis seguidoras, comenzasen a seguirme en estos dos nuevos blog's.

Muchas gracias por todo.

viernes, 4 de enero de 2013

23. INFIDELIDAD.


Aquello de acabar con una relación tan duradera me supone todo un sacrificio. Cada persona es un mundo diferente, y las reacciones de estas, son inesperadas e incalculables. Normalmente, cuando crees conocer a una persona, presientes cómo acabará todo, pero cuando la personalidad de una persona te resulta desconcertante, y su actitud, extraña a momentos, a la hora de acabar con una etapa, el resultado está lleno de sorpresas, como una piñata.
En estos momentos suelo pensar en positivo, ya que es el momento qué más ansío en que llegue. Normalmente mis líos y relaciones, no son llevaderos, la persona escogida no me cae especialmente bien o cuando tengo la suerte de conocerla, me demuestra que podría haber vivido tan tranquilamente sin hacerlo. Pero cuando he llegado a sentir algo de verdad, no encuentro las palabras, aparto la mirada y me hundo en el silencio, intentando escapar de los futuros sucesos. Una solución cobarde, pero la cobardía ya no me supone ningún problema.
– Te noto ausente. – Comenta entrelazando su mano con la mía.
– No digas tonterías. – Intento escabullirme dejando escapar una risa tensa.
Me hace parar en seco y me obliga a mirarla a los ojos. Ceñuda, intenta descifrar el enigma de mi expresión, la cual imagino que se trata de una mezcla de angustia y tristeza. Espero ser buen actor. Le saco la lengua para que deje de mirarme de esa manera, pero mi gesto cómico, ni tan siquiera la inmuta. ¿Qué ve?
Mi madre siempre me ha dicho que no soy muy expresivo, pero que hay determinadas emociones que desvelo con tan solo una mirada. El miedo y la tristeza son dos claros ejemplos. Por el momento no he sido conocedor de ninguna más, sino de las típicas. Recuerdo que cuando iba a cuarto y empezó el año, había un niño nuevo de nacionalidad Rusa. Andrey, creo recordar que se llamaba. La cuestión es que era un chico muy alto y delgado, como no entendía muy bien el idioma, no podía comunicarse demasiado bien con nosotros, pero a lo largo del curso se fue soltando más. Este chico rubio y de ojos azules, tenía una extraña enfermedad por la cual no podía transmitir sus sentimientos, y no tenía la capacidad de reconocerlos. En cuanto nos lo comentaron creímos que nos tomaban el pelo, pero descubrimos que no se trataba de ninguna broma, y que Andrey no entendía las emociones. Pobre niño, no volvimos a saber de él desde que acabamos primaria.
– Venga – me insta tirándome del brazo – , ¿qué tienes que contarme? Me tienes muerta de la intriga. – Confiesa con cara de cachorro.
No sé ni cómo ni por donde comenzar. El corazón me late con tanta fuerza que no me puedo creer que Alicia no oiga el sonido que provocan mis latidos. ¿Qué puedo decirle? Puedo soltarle la charla de que somos demasiado jóvenes como para mantener una relación seria, que tenemos toda la vida por delante, y derivados. Esa excusa me ha salvado de incontables apuros, en caso de emergencia, podría echar mano de ella.
– Espera, espera, espera – me pide poniendo las manos sobre mi pecho – . No aguanto más, tengo que contarte algo.
– ¿Contarme el qué? – Pregunto arrugando el entrecejo. Me ha pillado de improvisto, ¿qué tendrá que confesarme?

– El otro día, cuando te llamamos Inma, Ana y yo, fue porque Inma quería chivarse de una cosa – realiza una pausa para observar mi expresión, la cual se presenta impasible. No me gusta por donde va la cosa – . Esa cosa era que antes de llegar a casa a las tantas de la madrugada, estaba en un pub con ellas, y cuando ya estábamos bastantes contentillas, apareció Héctor.
El corazón me da un vuelco en el pecho y los ojos se me abren como platos al escuchar la noticia. Héctor es el ex-novio de Alicia. Es un armario de veinte años que se dedica a vaciar las estanterías de cerveza de todos los supermercados. Siempre me pregunté cómo una chica tan dulce como Alicia, acabó con un capullo como Héctor. El caso es que cortaron porque él la dejó, alegando que estaba enamorado de otra chica. Le rompió el corazón, y juró odiarle eternamente. Al ver que no realizo ningún comentario, prosigue con la historia.
– Vino directamente hacia nosotras y me contó que había cortado con su novia porque seguía enamorado de mí – me explica con la mirada fija en el cuello de mi camiseta –. El tema es que sentí pena por él, y le dije de tomar alguna copa. Y entre copa y copa pues... nos acabamos liando. – Concluye dirigiendo la mirada a sus zapatos, repentinamente interesada en los cordones de sus deportivos blancos.
Entreabro la boca lentamente, gesticulando una queja sin sonido alguno. Me ha pillado totalmente por sorpresa. Me lo esperaba de cualquiera, de cualquier persona, menos de ella. ¿Me ha engañado con otro tipo? Con su ex, para ser explícitos. No me sirve la excusa de que estuviera borracha, ella cedió y es algo que no pienso perdonarle. La verdad es que me estaba planteando si dejarla o no, pensé que podría dejar todo el reto. Por ella. Pero veo que he hecho bien en querer hablar sobre el tema.
– ¿Óliver? – Me llama en cuanto me giro para alejarme de ella. – ¡Espera! ¿Adónde vas?
– ¡Lejos de ti! – Exclamo con odio. – ¡Me has puesto los cuernos!
– ¡Estaba borracha! – Se excusa, como era de esperar.
Camino frustrado hasta las escaleras del instituto, donde me siento con rencor. A lo lejos la veo caminar con paso decidido hasta donde me encuentro, para a continuación, sentarse a mi lado entre jadeos. Estoy furioso, me ha decepcionado, yo nunca le habría hecho algo así. Me he emborrachado muchas veces, y nunca me he liado con nadie en ese estado, a no ser que fuese mi novia. Pero se ve que también se ha liado con los diferentes conceptos.
– Óliver, no sabes cuánto lo siento, perdóname.
– No sabes lo que duele – le comento antes de soltar una carcajada impropia de mí –. Lo gracioso es que yo te iba a dejar ahora, ¿verdad que es gracioso?
Alicia me mira con los ojos muy abiertos, incrédula ante mis palabras. Parece ser que no, no le hace ninguna gracia. Ahora es ella la que se pone en pie enfadada y se sitúa enfrente de mí para agacharse y colocarse a la altura de mis ojos. Me lanza una mirada cargada de odio e indignación.
– Inma me avisó, me dijo que iba a ocurrir de un momento a otro – dice acercándose cada vez más a mí –. Pero yo caí en tu trampa, me creí tus mentiras y pensé que eras diferente.
De pronto se aleja y me propina una buena bofetada en la mejilla izquierda, dejándome esa zona dolorida por el impacto. Lo peor es que no estábamos solos en las escaleras. Una buena cantidad de alumnos de todos los cursos han presenciado el momento. Han sido testigos de nuestra discusión y nos han visto en nuestro peor momento. ¿Qué opinarán ellos? La mayoría conoce ya mi historia y no se sorprenden de mis intenciones.
Entonces suena el timbre que da la señal de un nuevo día de clase, y toda la gente concentrada alrededor de mí, se pone en pie para caminar hasta sus respectivas clases. Me coloco bien la mochila a la espalda y espero a que todo el mundo abandone las escaleras para permanecer un par de minutos en soledad. En cuanto todo parece estar vacío, me pongo en pie y me giro para ir a clase. Cuál es mi sorpresa al ver que en la puerta principal se encuentra Amelia, con un libro de química entre los brazos, y una sonrisa diabólica dibujada en su rostro. Por un momento me planteo hacerle una pregunta, pero comienza a abrir su mochila para guardar el libro que encerraba entre sus brazos y yo persigo todos sus movimientos con la mirada. Cuando termina, su mirada se cruza con la mía y me regala un lento y pausado aplauso.
– Bravo.

jueves, 3 de enero de 2013

22. DEFINITIVO.


Sé que es fácil hablar, pero cumplir tus promesas es un mundo totalmente diferente. Que todo aquello que creemos ser capaces de afrontar, nos puede dar una sorpresa. Las palabras vuelan tan rápido como son pronunciadas, los actos perduran hasta el final. Cada acción tiene su reacción. Buena, o mala, eso depende de tus intenciones. Lo he ido aprendiendo a lo largo de mi vida, pero es algo que no suelo poner en práctica.
Ayer me puse un propósito, un propósito bien estúpido. Antes de acostarme, sentí morriña por los viejos momentos con Víctor, así que me propuse ponerme el despertador, y obedecer a sus órdenes. Me pareció buena idea, hasta la hora de la verdad, cuando he tenido que levantarme. Avisé mediante un mensaje a Víctor de que a las siete y media estaría en la puerta de su edificio. ¿Su primera reacción? Reírse de mí y negarlo completamente, jurando que no se lo creía. Creo que han sido más las ganas de restregárselo por la cara, que las de caminar hasta el instituto junto a él las que me han hecho levantarme a las siete en punto con ímpetu y a reventar de energía. No es cierto del todo, concienzudo de mi probable reacción, me he puesto el despertador quince minutos antes de cuando quería despertarme. Es lo que tiene conocerse.
Anonadada he encontrado a mi madre al verla salir de mi cuarto y verme entrando al baño. ¿Tan extraño es que me despierte a mi hora? Qué poca fe deposita la mayoría de la gente en mí. ¿Debería sentirme ofendido? Supongo que no, es demasiado pronto como para ofenderse, o mejor dicho, demasiado temprano para todo.
En cuanto me he puesto en pie, no he dudado en desprenderme de mi pantalón de pijama para sustituirlo por mi vestuario del día. No me he calentado mucho la cabeza, por lo que he cogido la primera camiseta que se asomaba al abrir al cajón, la cual consistía en una camiseta blanca holgada con mangas azul oscuro. Me he puesto unos vaqueros viejos y unas Converse, no me he encontrado muy inspirado hoy como para ponerme a conjuntar.
Y ahora mismo estoy bajando las escaleras repleto de euforia por haber cumplido mi promesa de madrugar. Normalmente mi energía bajando las escaleras el literalmente escasa y deficiente, pero hoy presiento que será un buen día, y que nadie podrá conmigo. Normalmente cuando pienso eso, resulta ser todo lo contrario, pero hoy prefiero vivir en la ignorancia.
– Vaya, mi más sinceras disculpas. – Confiesa noblemente Víctor, realizando una patética reverencia. – No creía en vuestra palabra, os merecéis un aplauso.
Y acto seguido comienza a aplaudir mi logro. La verdad es que me siento bastante orgulloso de mí mismo, puede que sea algo insignificante, pero normalmente nunca acabo lo que comienzo. Estoy intentando madurar, y cumplir con mi palabra. Continúa regalándome ovaciones a cada cuál más exagerada que la anterior durante una manzana, que es cuando le pido unos minutos de silencio. Sigo ligeramente dormido, y supongo que acaba de provocar el despertar de más de la mitad de los vecinos, ya que dos mujeres mayores se han asomado al balcón en bata para escupir maldiciones indescifrables hacia nuestra persona.
– Yo no sé cómo tus vecinos te soportan.
– Fácil – me explica dando un pequeño salto – , hay gente peor que yo.
Comienza a contarme las vidas de cada uno de los residentes de su edificio. Empieza hablándome del tipo del primer piso, que es un hombre mayor que está falto de calidad auditiva y se ve obligado a aumentar el volumen de la radio, de la cual es un gran aficionado. En el segundo piso vive una familia en la que la madre se dedica a gritar a sus dos hijas, el padre a ver el fútbol y ya sea por el día, o por la noche, la mujer irá con tacones. En el tercer piso vive Víctor con sus padres y su hermana. Su hermana es igual que él, así que dudo que sean los más silenciosos del edificio. En el cuarto y último piso vive un tipo aficionado a la ópera y a la música clásica. Es un cuarentón que vive solo y que no sale de su casa ni para comprar el pan. Menudo lujo de edificio, en el mío no se escucha nada, supongo que he tenido suerte. En cuanto termina su discurso, ya hemos llegado al instituto. Aquel edificio feo, en el que tus vecinos sufren tanto como tú.
– Tío, cada día me da más miedo entrar aquí. – Suelta de repente sacudiendo los brazos – Cada vez queda menos para la Selectividad, y los profesores no dejan de recordárnoslo.
– Si hubieras hecho lo mismo que yo, no te sentirías tan agobiado. – Sentencio provocando una mueca de desgana en el rostro de Víctor.
Caminamos en silencio, esquivando a los niños de primero los cuales veo más bajitos cada año que transcurre. Me niego a creer que yo fui así de enano. Pero si la mochila es más grande que ellos, pueden dormir en ellas. Mi indignación por la menudez del pueblo pequeño, no da más de sí, por lo que decido dejarlo estar, siempre me planteo la misma pregunta cuando comienza un nuevo curso: ¿Es que no toman los suficientes Petit-Suise? Y eso que estamos a final de curso.
– Oye, Víctor, ¿por qué nunca va tu hermana contigo al instituto? – Pregunto, cuando realmente es un pensamiento en voz alta, se me ha escapado sin querer.
– ¿Cómo? – Me mira extrañado hasta que comprende mi pregunta – Ah, vale, es que ella se va en autobús, porque va con sus amigas.
Seguimos hablando de la hermana de Víctor hasta llegar a la cafetería. Hemos llegado a la conclusión de que no va en autobús por sus amigas, sino porque le gusta un chico, y tenemos que descubrir quién es como sea. Al fondo del pequeño espacio, se encuentra nuestro grupo de amigos, los cuales no se percatan de nuestra presencia hasta que Víctor da los buenos días. En cuanto le responden, dirigen una asombrosa mirada a mí. Como esto sea así siempre, no voy a madrugar en mi vida.
– Ni se te ocurra. – Amenazo a Iván entrecerrando los ojos. Veía venir su comentario gracioso desde que he cruzado la puerta. Su gesto de fastidio me confirma que estaba en lo cierto.
Alcanzo una silla de otra mesa completamente desocupada y me hago sitio entre Lorena y Tomás, los cuales se hallan en una disputa sobre lo que hay que estudiar o no del examen de filosofía. Odio cuando se pelean ellos dos, puesto que son los más tercos del grupo y sus batallas consisten en gritos y algún que otro puñetazo por parte de Lorena. Me cansan, por lo que decido entrometerme.
– ¿Qué tal, Lore?
– Óliver, ¿no ves que estoy hablando? – Me regaña clavándome la mirada. Sinceramente, me da miedo cuando se altera, que es la mayor parte del tiempo.
Hago amago de echar la silla para atrás, y dejarles espacio a sus puñetazos, pero algo o alguien me impide hacerlo. Dirijo la mirada hacia atrás para descubrir de quién se trata, pero antes de hacerle me hacia una ligera idea. Recibo un sonoro beso en la frente por parte de Alicia, que me mira sonriente por la espalda.
Me ha costado tomar la decisión, pero finalmente, he decidido seguir adelante con el plan del principio. Acabar este reto de una vez por todas. Hugo tiene razón, ella no me quiere, no siente nada por mí, sabe lo que he hecho anteriormente, y sabe que no cambiaré. Es parte del juego, y estoy seguro de que es consciente de ello.
– ¿Puedo hablar un momento contigo? – Le pido con una media sonrisa.

miércoles, 2 de enero de 2013

21. FALSEDAD.


En cuanto he terminado de comer, o más bien, de engullir mi plato de macarrones, no me he parado ni un segundo en pensar si echarme una siesta o no. No soy muy fan de ellas, puesto que yo solamente duermo por la noche, por el día me resulta casi imposible, salvo cuando llevo estudiando mucho tiempo y estoy hasta el cuello de exámenes, me doy un pequeño descanso, pero en general, es un tarea imposible.
Y efectivamente, no he podido conciliar el sueño. He bajado las persianas y echado las cortinas, pero aún en la completa oscuridad que ofrece mi habitación, no he sido capaz de cerrar los ojos y apartar temporalmente mis preocupaciones, dejarlas a un lado y poder relajarme durante un rato. Me he limitado a encender la pequeña lámpara azul de mi mesita de noche para poder distraerme un rato observando como de costumbre, toda mi habitación.
Recuerdos se me vienen a la cabeza. Tenía ocho años y era la primera vez que iba a tener mi propia habitación. En la otra casa, mi cama estaba junto a la de Hugo, y no me inspiraba ningún tipo de confianza. Se dedicaba a hacer ruidos sospechosos durante la noche y cuando le venía en gana, me contaba alguna historia de terror que me impedía dormir durante una semana. Es decir, que lo de tener mi propio cuarto, fue una gran noticia. Lo mejor es que mi madre me permitió decorarla como quisiera. Ahí ya no fue una gran idea, no podía dejar en manos de un crío de ocho años la decoración de su propia habitación, menudo desastre. Pero fui capaz de pensar que sería mi habitación hasta los restos, y decidí no añadir ningún detalle infantil.
Ayudé a mi madre a pintar las paredes de azul. Fue bastante divertido, e incluso Hugo se nos unió. Es uno de los recuerdos más felices que guardo en mi memoria, e incluso hay una foto en el salón que puede testificar el momento. En ella aparecemos los tres con un mono cada uno, el cual está completamente cubierto de pintura azul. Nuestros rostros sonrientes aparecen impregnados de pintura, sobretodo el mío.
La elección de los muebles ya lo dejé en manos de mi madre, pero para mí lo relevante era el color de las paredes. En la otra casa, las paredes de gotelé eran de un aburrido y triste color crema. Estaba cansado de ver siempre el mismo color, y le suplicaba a mi madre el poder cambiarlo, pero siempre recibía una respuesta negativa. Cuando nos mudamos, pensé que volvería a pintar la pared de color crema, pero me llevé un grata sorpresa.
A veces me gusta estar así, solo, aislado del resto del mundo, poder tener unos minutos de tranquilidad, sin nadie más. Sin retos, sin problemas, sin amigos, sin familia. De pequeño siempre he sido muy abierto y le he contado toda mi vida a todo el mundo, pero a medida que he ido creciendo, me he hecho más reservado y he ido apreciando cada vez más estos momentos de intimidad. La soledad no es siempre un enemigo, he conseguido comprender que es un aliado, el cual nos ayuda a descansar. De pronto se escuchan dos ligeros toques a mi puerta.
– Pasa. – Digo antes de que mi hermano ponga un pie en mi habitación.
Se acerca hasta la ventana para subir la persiana y dejar que entre la luz natural. Me incorporo para dejar sitio a mi hermano sobre el colchón y le pido que se siente. No rechaza la oferta y se coloca enfrente mía.
– No vengo a amargarte con mis problemas – me alerta antes de comenzar a hablar – , ya has soportado suficiente.
Agradezco su gesto. No tengo ganas de pensar en que tendrán que ingresarle en un centro especial. Por su drogoadicción. Ni tampoco quiero recordar todo lo sucedido anteriormente. He visto aspectos de la vida que siempre me había limitado a ver en las películas. Nunca crees que te va a ocurrir a ti, hasta que ocurre.
– Así que vamos a hablar de... ¿Alicia? – Asiento con pedantería. Nunca se acuerda, es un logro. – Pues eso, que tienes que dejarla ya, te queda un mes.
– Hugo... – Intento pararle, pero no puedo. No siento la necesidad de seguir con este estúpido y ya innecesario juego, pero no puedo dejar que gane él. No puedo. – , me da lástima.
Mi hermano me mira con gesto sorprendido, pero es la verdad. Le he cogido muchísimo cariño a Alicia, no suelo conectar con todas mis 'parejas', pero con ella lo he hecho. Es muy alegre, siempre me hace sonreír y siempre me presta su ayuda. Me he acostumbrado a que me tomen por un mujeriego, y que alguien opine lo contrario, me supone una novedad. Sé que a lo mejor me estoy conformando, porque todavía no siento la suficiente confianza con ella como para contarle mis problemas, pero es la primera vez que me resulta dura la ruptura.
– ¿Qué oyen mis oídos? – Pregunta retóricamente llevándose una mano atrás de la oreja. – ¿Alguien se está rajando? ¡No seas maricón! Lo has hecho... casi cien veces.
– Pero yo a ella le gusto. – Digo rehuyendo su mirada.
– Eso es lo que crees. – Me espeta Hugo severamente. – Sabe que has estado con 98 chicas más, lo sabe. No está enamorada.
Sus palabras hacen que el corazón se me encoja, pero sé que encierran una realidad. No puede quererme, sabe que he estado con muchísimas chicas más, sabe que las he traicionado, que he hecho que sus corazones se rompan en añicos, que he tirado al suelo todas aquellas falsas promesas, que no decía aquellos 'te quiero' de verdad. Ella lo sabe, solo forma parte del juego. Es una pieza más de un puzzle interminable. Se ha creído mis mentiras.
– Tienes razón. – Confieso tras pensarlo durante unos minutos. – Mañana mismo la dejo.

20. SOLUCIONES.


No he podido evitarlo, ha sido una reacción completamente impropia en mí. La violencia nunca ha sido un compañero, hasta ahora. El constante estrés en el que vivo me hace cambiar. No tengo ni idea de si han sido por las lágrimas derramadas de mi madre, por los gritos de Carlos o por el simple hecho de que no le encuentre sentido a mi vivir. Se podría decir que es una mezcla de todos los sucesos mencionados.
El miedo, el cansancio, la impotencia y la ira. Aliados ahora, a los cuales he sucumbido por debilidad. Mis ansias por acabar con todo lo que me rodea, con los problemas, la sociedad. El mundo estúpido y enfermo en el que vivimos. Habla y serás condenado. Las verdades fluyen, pero nadie es capaz de alcanzarlas. Las mentiras emplean todo su poder para hacernos prisioneros de su lujuria. Pero estoy cansado de vivir bajo sus órdenes.
No sé en lo que estaba pensando, ha sido uno de esos momentos en los que el monstruo que habita en ti, sale a la luz. Cautivo, ha esperado hasta este mismo instante para dar la bienvenida. Por una parte no me arrepiento de mis actos, puesto que en un momento fue exactamente lo que quise, pero por otro lado, me asusto de mis propios gestos. Siempre he sido un chico tranquilo, calmado, o al menos hasta cierto punto. No es mi hermano el único que está cambiando, también estoy yo, aún sin estar bajo el efecto de las drogas, he cambiado. Para bien o para mal, es algo que nunca sabré con certeza.
– Óliver, ¿me oyes? – Poco a poco abro los ojos, los cuales permanecían cerrados, deseando alejarse del entorno. Tras conseguir recuperar la visión, me cercioro de que estoy tumbado en el suelo. Es mi hermano el que me pide una reacción y suspira aliviado al recibirla. – Menos mal.
Me pongo lentamente en pie con la ayuda de Hugo, el cual coloca una mano en mi espalda. Me anima con paciencia, alentándome de que debería tranquilizarme, pero estoy más intranquilo que antes. De repente veo lo que ha sucedido. Lo que he provocado, más bien. Veo cómo gotas de sangre resbalan por la barbilla de Carlos hasta caer al suelo de madera. Con el gesto encogido, aprieta las manos contra su nariz herida. Herida por mí.
En cuanto he escuchado la amenaza proveniente de los labios de Carlos, he perdido el completo control y he descargado toda mi tensión en un puñetazo. Le di de lleno en la nariz, y en cuanto eso sucedió, me desmayé. No me salen las palabras, no sé cómo pedirle perdón. Por mi culpa está intentando aguantar las lágrimas. Mi madre le abraza por la espalda, regalándole palabras tranquilas que le ayuden a calmarse. Mudo ante los hechos, doy un traspiés que de poco me hace caer al suelo de nuevo, pero mi hermano se encarga de que eso no sea así.
– Ca... Carlos... – Musito intentando rehuir su mirada contraída. – , lo siento mucho, no... no he sido consciente de mis actos.
No recibo respuesta, hasta que me hace un gesto negativo con la mano, indicándome que no puede pronunciar palabra. Aquello me rompe el corazón. Mi madre va a corriendo a la cocina para volver con una bolsa de hielo entre las manos. Se la ofrece a Carlos, que la acepta sin rechistar y se la sitúa bajo la nariz. Emite un pequeño gemido de dolor, pero al final consigue cortar la hemorragia. Hugo va en busca de un trozo de papel, para deshacerse de las manchas que recorren su mejilla y labios. Cuando termina de curarse, me dedica un pequeño discurso comprensivo.
– Óliver, sé que lo estás pasando mal con toda esta situación. – Me explica como si no hubiera recibido ningún puñetazo. – Sé que no quieres que tu hermano vaya a un centro médico, pero lo necesita. No conozco el grado de su... problema, pero pequeños o grandes, a los problemas siempre hay que darles importancia. Para estar seguros de que vuelve a estar tan normal como antes, debemos ingresarle. – Continúa con el gesto aparentemente apenado, realmente no le gusta la idea ni a él, pero lo ve necesario. – Mira, mi padre era alcohólico y constante consumidor de sustancias extrañas. Él siempre decía que no le pasaría nada, que tampoco era para tanto. Mi madre cayó en depresión, y yo lloraba todas las noches. Mi padre murió al cabo de un año. – Añade para concluir.
Tras escuchar la confesión de Carlos, toda la maldad que veía en él, desaparece por completo. Sufrir de esa manera por un ser querido, el cual es preso de un mundo imaginario, debe ser horrible. La familia lo pasa peor que el enfermo, ya que son ellos los que tienen que ver cómo aquella persona tan feliz y llena de vitalidad, muere poco a poco. Me compadezco de la vida de Carlos, la cual debe de haber sido muy dura. Suele ser muy reservado, y nunca antes nos había hablado de su familia. En cuanto alguien sacaba el tema, él se callaba completamente.
Se pone en pie tambaleándose levemente, mi madre le ofrece su mano, pero este la rechaza. Carlos me pone una mano en el hombro, gesticulando una pequeña sonrisa que solamente yo puedo apreciar, con este gesto me regala su perdón. Los tes presentes vemos cómo Carlos se encierra en el baño.
– Mamá, te prometo que ha sido sin querer. – Le explico rápidamente en cuanto Carlos cierra de un suave portazo.
– Óliver, te ha perdonado, pero entiéndele. – Me suplica.
De pronto recuerdo la reacción de mi madre al conocer los pensamientos de Carlos. Gritaba que no metería a su hijo en un lugar como ese, e incluso le pegó un puñetazo a la pared. Al escuchar sus recientes palabras, soy consciente de que ella tampoco era poseedora de la información sobre su pasado junto a sus padres.
Y ahora es cuando se me viene a la cabeza de que no lo conocemos todo. Creemos saber absolutamente todo de algunas personas, pero realmente nunca es así. La verdad es que ni nos conocemos a nosotros mismos. Yo me creía completamente incapaz de pegarle algún día a Carlos, y ahora todavía me duelen los nudillos del impacto ejercido. ¿Cuántas mentiras nos habremos creado nosotros mismos? Siempre creí que mi hermano era más inteligente de lo que aparentaba, o que mi madre era más fuerte. Pero él ha demostrado ser bastante estúpido, y ella que es débil. Lo desconocido abunda, los secretos que puede guardar una persona son incontables, devastadores. La incertidumbre de no conocer la completa verdad nos debería conducir a la locura, pero parece no ser así. ¿Estaremos inconscientemente preparados para ello?
– Mamá, ¿adónde me vais a llevar? – Pregunta Hugo, ligeramente entristecido.
– No tengo ni idea cielo – le confiesa mi madre dejando escapar un largo y pesado suspiro – , pero haremos lo mejor para ti. Y por favor, intenta alejarte de ese tipo que no te causa más que problemas.
Mi hermano asiente enérgicamente sin pronunciar palabra. Mi madre se pone en pie y camina hasta la cocina para a continuación encerrarse en ella. No me había dado cuenta del hambre que tenía, también estoy bastante cansado, han sido demasiadas emociones por el momento, no estaba tan preparado como creía. Y al mirar a Hugo, veo que él tampoco.
– Gracias por todo, en serio. – Me agradece mi hermano.

viernes, 28 de diciembre de 2012

19. PROBLEMAS.


No alcanzamos a comprender ninguno de los presentes en la sala el por qué del simultáneo rechazo de Carlos por las disculpas de Hugo. Acierto a comprender que se trata de su coche, el cual es su único medio de transporte hasta las puertas de su trabajo, pero también está en juego la salud de su prácticamente hijo. Nunca le he llamado por ese nombre, pero yo ya siento que Carlos es como mi padre, puesto que mi padre biológico, prácticamente no existe para mí.
– Está alterado. – Intenta excusarle mi madre a duras penas. – Hablaré con él.
– No creo que debas meterte. – Añade Hugo, advirtiéndole de las posibles consecuencias de su postura en defensa de su hijo.
Mi madre se limita a gesticular una mueca en su rostro cansado. Ella siempre ha sido una mujer muy alegre, es aquella mujer que jamás podrás conseguir ver deprimida. Pero es simplemente una faceta, un máscara que se pone cuando sale a la calle. No es la mujer más feliz del universo. Tiene una familia que cuidar, con dos hijos que dan bastantes problemas, y un marido que pasa más tiempo en el trabajo que con ella. La empatía me hace ponerme en su lugar, y no puedo evitar sentir respeto hacia ella, por conseguir salir adelante, sin dejar que la presión cunda. Ella es mi heroína, y no hace falta tener superpoderes para serlo.
Sale con cuidado del salón dejándonos a Hugo y a mí solos en la poco lúcida habitación. Pongo toda mi atención en una pequeña figura de madera, con forma de corazón. Es un regalo que le hice a mi madre en el colegio, por el día de la madre. La profesora nos dio a todos un trozo de madera con forma de corazón exactamente igual, y nos indicó que pintásemos algo especial para nuestras madres. Nunca he sido muy artístico, por lo que le puse: 'Te quiero, mamá', y aunque tras pasar los años,y verlo ahí, lo he visto más cutre y ridículo, cada vez que mi madre le lanza una mirada, sonríe. No le suelo hacer muchos regalos, puesto que ando escaso de presupuesto, pero sé que con eso conseguí, consigo y conseguiré sacarle una sonrisa siempre.
– Eh, ¿estás bien? – Le pregunto amablemente posando una mano sobre su espalda. – Te veo pálido.
– Óliver, no lo he pasado más mal en mi vida. – Me confiesa suspirando con pesadez. – ¿Qué va a ser de mí? – Añade.
Realmente no tengo ni idea de lo que va a ocurrir con él. Al principio, sin ser conocedor de la reacción de Carlos, llegué a creer que le apoyarían ambos hasta el último momento. Por una parte he estado en lo cierto, ya que mi madre ha ofrecido su ayuda y preocupación ante la extraña actitud de su hijo mayor. Pero en cuanto Carlos ha alzado la voz, se ha mostrado recelosa. ¿Acaso le teme? Sé que quiere cuidar de su matrimonio, y no acabar como el primero. Pero no comprendo que se calle sus opiniones en cuanto él toma el mando de la situación. Hay que respetar los ideales hasta el final, las opiniones, todo. Sino, aparentaremos ser más débiles de lo que realmente somos.
– Confía en mamá – Intento calmarle con mis palabras – , ella sabrá manejar la situación.
Me ofrece una media sonrisa, la cual sé que muestra su agradecimiento por el apoyo y comprensión que le he estado otorgando hasta ahora. Ambos estamos sorprendidos de mi reacción, seguramente tenía miedo de que llegase a pensar que él era un monstruo, y rechazaría escuchar cualquier tipo de explicación, pero se hace una falsa idea de mí. Puedo decir todas las cosas malas que tiene mi hermano, pero todos tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos, y debemos saber vivir con los nuestros y con los de los demás.
– ¿Crees que soy un gilipollas?
La pregunta me pilla de improvisto. En cualquier otra situación le habría contestado afirmativamente, pero en estos momentos hay que ser serios, esto no es un juego. ¿Que si creo que es gilipollas? La verdad es que no, solamente pienso que ha sido humano, y como todo humano, ha sido débil. En un inquietante momento de vulnerabilidad, el ataque de una serpiente ha incidido sobre él, prometiéndole un cambio en su desviada vida. Solamente se la han jugado en el momento menos oportuno, ha sido víctima de un ataque psicológico y prometedor.
– No. – Una respuesta simple, pero efectiva.
Contemplo su rostro satisfecho, al conocer mi reacción negativa, con eso le basta, supongo que realmente es una duda que se plantea. ¿Cuán dura será la presión de vivir bajo algo con más fuerza que tú? Es como una especie de esclavo metafórico, prisionero de las drogas. No creo que yo alguna vez pueda llegar a su situación, aunque tampoco me lo esperaba de él. Somos impredecibles, lo mejor es no comentar algo desconocido, podemos meter la pata.
La verdad es que yo no soy tan fiestero como mi hermano. Salgo de fiesta, sí, casi todos los fines de semana, pero él también sale entre semana, y eso es algo que yo no me puedo permitir. Mi consumición de alcohol no es excesiva, comparada con la media. Normalmente tomo cerveza, puesto que no soy muy aficionado a los millones de tipos de cócteles, por lo que es de lo que realmente me abastezco. Un domingo por la mañana, mi estómago solo contiene cerveza. Tardo en ponerme 'contentillo', puesto que ya llevo unos tres años saliendo por ahí. De pequeño siempre decía que el alcohol era algo que jamás probaría. Tonto e ingenuo. Lo bien que lo he pasado todas esas noches. O al menos eso me contaron.
Mientras que mi hermano y yo estamos envueltos en un extraño silencio, sumidos en nuestros respectivos pensamientos, comienza a escucharse un murmullo cada vez más alto y cargado de ira. Lo peor es que no se trata de los vecinos, sino que proviene de la habitación de al lado. La de Carlos y mi madre. Hugo y yo nos miramos a la vez, con gesto alarmado, e instintivamente nos ponemos los dos en pie. ¿A tanto ha llegado la charla? Se ha convertido en una auténtica discusión. Retiro lo anterior dicho de que mi madre no defiende sus opiniones como debería.
– ¿Qué coño ocurre? – Me pregunta Hugo, de forma retórica.
De repente se oye un golpe. Lo identifico como que alguno de los dos le ha pegado un puñetazo a la pared, la cual está conectada al salón. Esto hace que me ponga tenso y apriete los puños. Carlos jamás se atrevería a alzarle la mano a mi madre. Sé que él no es de esos. O al menos no quiero creerlo.
Hugo y yo salimos rápidamente del comedor y nos metemos en su habitación para contemplar con nuestros propios ojos lo que acaba de suceder. La que había pegado el puñetazo a la pared, había sido mi madre, no Carlos, ya que ahora se encuentra tumbada en la cama, frotándose los nudillos enrojecidos por el impacto. Puedo apreciar cómo las lágrimas recorren sus mejillas hasta precipitarse a su regazo.
– ¡No pienso llevar a mi hijo a un sitio así! – Le grita mi madre con total descaro a Carlos. – ¡Me niego!
– ¡Es lo mejor! – Insiste Carlos. Mi hermano y yo no entendemos nada. ¿A quién van a meter en dónde?
Carlos se cerciora de nuestra presencia en la puerta de la habitación y nos obliga a adentrarnos más en ella. Obedecemos sin pronunciar palabras, ya que estamos asustados por lo ocurrido recientemente. ¿Qué se trae entre manos?
– Hugo, te vamos a ingresar en un centro de desintoxicación.

martes, 25 de diciembre de 2012

18. ERRORES.


La dureza ejercida por parte de mi madre en nuestra educación, nunca ha sido del todo notable. Empleaba medios verbales, intentando hacernos entrar en razón, y que nosotros mismos nos percatásemos de nuestros propios errores, que los analizásemos, y a partir de ahí, cuidarlos. Esa tarea no nos resulto fácil ni a mí, ni a mi hermano, pero mi madre lo intentó hasta el final, y sin rendirse, todavía vive inculcándonos ese pequeño valor moral, haciéndonos crecer como personas, no como animales.
No consigo imaginarme su cercana reacción, al conocer la historia. No he sentido más miedo desde que vi cuatro películas de Saw en una tarde. Aquello fue una tortura psicológica. Aunque no llega ser del todo miedo, sino preocupación, ya que no es mi problema, sino el de mi hermano, por lo tanto es él el que debe sentir miedo, aunque su rostro se torna impasible. No puedo hacer más que acompañarle en su error, y apoyarle hasta el final, e intentar que no se venga abajo. Todo tiene solución, el problema está en la fuerza de voluntad empleada. Pero yo sé que mi hermano tiene la capacidad suficiente como para superar el problema con el que tanto tiempo lleva conviviendo.
El peso psicológico que ambos llevamos encima, no es factible que sea transportado por unas escaleras, por lo que hemos decidido subir en ascensor, aunque vivamos en un primer piso. Supongo que es para retardar el momento, no puedo evitar lanzarle una rápida mirada a mi hermano, el cual se sitúa a mi izquierda, dando pequeñas patadas al suelo, las cuales indican su nerviosismo ante la situación.
Tras la interminable subida por el ascensor hasta el primer piso, las puertas de este se abren de par en par, dando lugar a un no muy largo pasillo, el cual da dos salidas. Derecha e izquierda. Nosotros nos dirigimos hacia la izquierda, donde se encuentra la única puerta, que es donde vivimos. Como llevo las llaves en la mano desde que he bajado del coche, me encargo de abrir la puerta. Realizo el giro con pequeños altercados, ya que no puedo evitar comenzar a sentirme nervioso y temblar. Ojalá pudiese desaparecer ahora mismo, pero he de apoyar a mi hermano, me necesita más que nunca.
– Espera. – Me para mi hermano cuando por fin he introducido la llave en la ranura. – ¿No oyes eso?
Petrificado, intento identificar el sonido que efectivamente escucho, pero no consigo descifrar. Después de escuchar un largo barullo de voces, peleando, comienza a sonar un sollozo que aumenta hasta rozar el llanto. Abro con la puerta de una vez por todas, puesto que he conseguido reconocer aquellos respectivos llantos. Mamá.
– ¿Quién es? – Escuchamos preguntar a Carlos enfurecido desde su habitación. – ¡Hugo!
Carlos se acerca hasta nosotros con una mezcla de enfado y desahogo, considero que le hemos quitado un peso de encima. De la puerta, tras él, aparece mi madre, con el rostro cubierto en lágrimas, que se precipitan contra el claro suelo de madera. Puedo atisbar en su mirada el dolor y sufrimiento que ha llegado a sentir durante estas últimas horas. Al verla en pijama, comprendo que ni siquiera ha ido a trabajar, y por lo que parece, Carlos tampoco.
– ¿Dónde estabas? – Le dice Carlos, enfadado agarrando a mi hermano del cuello de la camiseta. – ¿Dónde coño estabas, Hugo?
– ¡Para! – Le grito a Carlos, el cual continuaba apretando cada vez más la camiseta de Hugo. – ¡Quítale las manos de encima! Sentaos y os lo explicará.
– Hugo, por favor... – Consigue decir mi madre, con un hilo de voz.
Hugo, en estado de shock, se lleva una mano al cuello, el cual contemplo que está enrojecido. ¿Qué mosca le ha picado? Se preocupa por él, pero luego le agrede de esa manera. Sé que han pasado como siete horas desde que Hugo se ha escapado de casa, incomunicado, sin pronunciar una mínima palabra, pero tiene sus motivos, y ni se ha molestado en prestarle unos minutos de atención. Se le ha echado al cuello en cuanto ha tenido la oportunidad. No puedo evitar mirar a Carlos con todo el odio que puedo. Me indignan sus modales.
Mi madre camina, en cabeza, hasta el salón-comedor, donde nos pide que tomemos asiento. Dejo que Hugo se siente en el sillón de cuero marrón, y mi madre, Carlos y yo, le imitamos, con la única diferencia de que lo hacemos sobre el sofá. Tras un minuto en silencio, le lanzo una mirada a Hugo, insistiéndole en que tome una iniciativa, pero mi madre se nos adelanta.
– ¿Estás bien? – Formula aquella pregunta intentando deshacerse de las lágrimas con el dorso de su mano. Puede parecer una simple pregunta, pero sé que es lo que realmente le preocupa a mi madre. Ella no es una persona materialista, si has roto algo, lo primero que te preguntará es si te has hecho daño. A mi madre le trae sin cuidado si mi hermano ha estampado el coche o no, pero creo que la cosa cambiará en cuanto sepa que lo ha vendido por una felicidad envasada.
– Técnicamente, sí.
– ¿Y mi coche? – Explota Carlos con el mismo tono enfurecido de antes, solamente que sin gritar.
Hugo se agarra, asustado, a los brazos del sillón de cuero. Si tuviera las uñas largas, tengo claro que dejaría marcas. Odio ver a mi hermano así. Taciturno, lúgubre. Puede que haya hecho mal, pero todos cometemos errores, todos caemos, y siempre nos levantamos, pero a unos les cuesta más que otros, y siempre habrá gente que nos impedirá ponernos en pie, por lo que hay que darle una patada al mundo, y seguir adelante. No puedo seguir así, en esta incertidumbre, por lo que estallo, y les cuento todo a Carlos y a mi madre, los cuales me miran estupefactos, tanto a mí, como a mi hermano, a lo largo de mi explicación. En cuanto termino la historia, veo cómo mi hermano espera, tenso, una reacción por parte de mis padres.
– Cielo, ¿por qué? – Noto decepción en su voz, hasta que mi madre se pone en pie, se acerca a mi hermano y le encierra en uno de sus abrazos. – Tendrías que habernos pedido ayuda desde el principio.
– Mamá, te prometo que haré lo que sea por salir de esta mierda. – Pronuncia mi hermano encerrando el rostro en el hombro de mi madre, los cuales todavía siguen abrazados. – Lo prometo.
Después de un largo minuto, se separan y mi hermano se vuelve a sentar en el sillón. Me pone una mano en el hombro, dándome las gracias en silencio. Ha salido muchísimo mejor de lo que me esperaba. Me imaginaba muchos más gritos y llantos, supongo que mi mente está preparada para lo peor. O puede que no.
– Yo no acepto promesas. – Sentencia Carlos antes de desparecer por la puerta del salón.