miércoles, 2 de enero de 2013

21. FALSEDAD.


En cuanto he terminado de comer, o más bien, de engullir mi plato de macarrones, no me he parado ni un segundo en pensar si echarme una siesta o no. No soy muy fan de ellas, puesto que yo solamente duermo por la noche, por el día me resulta casi imposible, salvo cuando llevo estudiando mucho tiempo y estoy hasta el cuello de exámenes, me doy un pequeño descanso, pero en general, es un tarea imposible.
Y efectivamente, no he podido conciliar el sueño. He bajado las persianas y echado las cortinas, pero aún en la completa oscuridad que ofrece mi habitación, no he sido capaz de cerrar los ojos y apartar temporalmente mis preocupaciones, dejarlas a un lado y poder relajarme durante un rato. Me he limitado a encender la pequeña lámpara azul de mi mesita de noche para poder distraerme un rato observando como de costumbre, toda mi habitación.
Recuerdos se me vienen a la cabeza. Tenía ocho años y era la primera vez que iba a tener mi propia habitación. En la otra casa, mi cama estaba junto a la de Hugo, y no me inspiraba ningún tipo de confianza. Se dedicaba a hacer ruidos sospechosos durante la noche y cuando le venía en gana, me contaba alguna historia de terror que me impedía dormir durante una semana. Es decir, que lo de tener mi propio cuarto, fue una gran noticia. Lo mejor es que mi madre me permitió decorarla como quisiera. Ahí ya no fue una gran idea, no podía dejar en manos de un crío de ocho años la decoración de su propia habitación, menudo desastre. Pero fui capaz de pensar que sería mi habitación hasta los restos, y decidí no añadir ningún detalle infantil.
Ayudé a mi madre a pintar las paredes de azul. Fue bastante divertido, e incluso Hugo se nos unió. Es uno de los recuerdos más felices que guardo en mi memoria, e incluso hay una foto en el salón que puede testificar el momento. En ella aparecemos los tres con un mono cada uno, el cual está completamente cubierto de pintura azul. Nuestros rostros sonrientes aparecen impregnados de pintura, sobretodo el mío.
La elección de los muebles ya lo dejé en manos de mi madre, pero para mí lo relevante era el color de las paredes. En la otra casa, las paredes de gotelé eran de un aburrido y triste color crema. Estaba cansado de ver siempre el mismo color, y le suplicaba a mi madre el poder cambiarlo, pero siempre recibía una respuesta negativa. Cuando nos mudamos, pensé que volvería a pintar la pared de color crema, pero me llevé un grata sorpresa.
A veces me gusta estar así, solo, aislado del resto del mundo, poder tener unos minutos de tranquilidad, sin nadie más. Sin retos, sin problemas, sin amigos, sin familia. De pequeño siempre he sido muy abierto y le he contado toda mi vida a todo el mundo, pero a medida que he ido creciendo, me he hecho más reservado y he ido apreciando cada vez más estos momentos de intimidad. La soledad no es siempre un enemigo, he conseguido comprender que es un aliado, el cual nos ayuda a descansar. De pronto se escuchan dos ligeros toques a mi puerta.
– Pasa. – Digo antes de que mi hermano ponga un pie en mi habitación.
Se acerca hasta la ventana para subir la persiana y dejar que entre la luz natural. Me incorporo para dejar sitio a mi hermano sobre el colchón y le pido que se siente. No rechaza la oferta y se coloca enfrente mía.
– No vengo a amargarte con mis problemas – me alerta antes de comenzar a hablar – , ya has soportado suficiente.
Agradezco su gesto. No tengo ganas de pensar en que tendrán que ingresarle en un centro especial. Por su drogoadicción. Ni tampoco quiero recordar todo lo sucedido anteriormente. He visto aspectos de la vida que siempre me había limitado a ver en las películas. Nunca crees que te va a ocurrir a ti, hasta que ocurre.
– Así que vamos a hablar de... ¿Alicia? – Asiento con pedantería. Nunca se acuerda, es un logro. – Pues eso, que tienes que dejarla ya, te queda un mes.
– Hugo... – Intento pararle, pero no puedo. No siento la necesidad de seguir con este estúpido y ya innecesario juego, pero no puedo dejar que gane él. No puedo. – , me da lástima.
Mi hermano me mira con gesto sorprendido, pero es la verdad. Le he cogido muchísimo cariño a Alicia, no suelo conectar con todas mis 'parejas', pero con ella lo he hecho. Es muy alegre, siempre me hace sonreír y siempre me presta su ayuda. Me he acostumbrado a que me tomen por un mujeriego, y que alguien opine lo contrario, me supone una novedad. Sé que a lo mejor me estoy conformando, porque todavía no siento la suficiente confianza con ella como para contarle mis problemas, pero es la primera vez que me resulta dura la ruptura.
– ¿Qué oyen mis oídos? – Pregunta retóricamente llevándose una mano atrás de la oreja. – ¿Alguien se está rajando? ¡No seas maricón! Lo has hecho... casi cien veces.
– Pero yo a ella le gusto. – Digo rehuyendo su mirada.
– Eso es lo que crees. – Me espeta Hugo severamente. – Sabe que has estado con 98 chicas más, lo sabe. No está enamorada.
Sus palabras hacen que el corazón se me encoja, pero sé que encierran una realidad. No puede quererme, sabe que he estado con muchísimas chicas más, sabe que las he traicionado, que he hecho que sus corazones se rompan en añicos, que he tirado al suelo todas aquellas falsas promesas, que no decía aquellos 'te quiero' de verdad. Ella lo sabe, solo forma parte del juego. Es una pieza más de un puzzle interminable. Se ha creído mis mentiras.
– Tienes razón. – Confieso tras pensarlo durante unos minutos. – Mañana mismo la dejo.

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