Me atraganto en cuanto le escucho formular la pregunta. Comienzo a toser y recobro el aliento para poder contestarle, pero aun así las palabras se me traban. Mi madre se acerca para darme palmadas en la espalda, pero sus gestos no calman la situación. Teníamos un trato, no íbamos hablar de nada delante de mamá. Ella no conoce la historia, ni siquiera se la imagina. Continúa pensando que su hijo pequeño es aquel niño que llevaba a la feria a montar en los patitos. Eso quedó atrás hace mucho tiempo. Lo que no entiendo es cómo se le ocurre realizar esa pregunta delante de todo el mundo.
Todo comenzó cuando yo, pequeño e inocente niño de 12 años, comencé a ir al instituto. Fue justamente el primer día. Todo era nuevo, grande y temible para mí. Las clases y pasillos estaban repletos de gente mayor, altos. Por aquel entonces yo no llegaba al metro y medio. Lo sentía todo ajeno, fuera de lugar. Sentía que ese no era mi sitio, pero es lo que suele pasar cuando experimentas algo nuevo, ¿no? Todo es extraño y siniestro. En cuanto llegué a casa mi hermano me echó la charla, él tenía 16 años y estaba con sus amigos. Sus amigotes, mejor dicho.
– Vaya, vaya... Pero qué mayor es mi hermanito, que ya va a 1º de la ESO. ¿Qué tal tu primer día? – Tras soltar una profunda y larga carcajada, al compás de la de sus amigos, me obligó a sentarme en una de las sillas que rodeaban la mesa del salón. – ¿Le has echado el ojo ya a alguna chica?
Me guiñó el ojo antes de soltar de nuevo otra carcajada que retumbó en toda la sala. Cuando mi hermano y sus amigos se reunían, era mala señal. Aquella clase de quedadas consistía en una lenta tortura hacia mi persona. Me veía obligado a esconderme dentro de mi armario para intentar escabullirme de aquellos matones, pero al final siempre me encontraban.
Respecto a la pregunta que me hizo, claro que me fijé en una chica. Es más, me fijé en varias. ¿El problema? Todas mayores. Tengo la mala costumbre en encapricharme de todo aquello que es inalcanzable para mí. Y desde bien pequeño. En quien primero me fijé, fue sin duda en Alba Lomeda. Cuando yo iba a primer curso, ella iba a tercero, es decir, que ahora tendrá unos 20 años, ya no sé nada de ella. Era una chica preciosa, pelo largo y rubio, ojos marrones increíbles y unos labios que te hacían desear más. Seamos sinceros, en lo que todo niño de primero piensa, es en el físico, es decir, que estaba buena. Todavía lo pienso. Lo gracioso es que ella misma formó parte de todo este juego.
– No. – Insté de inmediato.
– No me lo creo, no mientas, enano. – ¿He mencionado que sentía pasión por recordarme mi menuda estatura? Aun siendo más alto que él a mis 17 años, continúa asignándome ese mote tan odiado. No es fácil ser el hermano pequeño.
No tenía ni la necesidad ni las ganas de contarle todo lo que había vivido y visto en mi primer día, pero sentí la necesidad de decirle que una chica de primero de bachillerato se me acercó para decirme que era una monada y tenía unos ojos preciosos. También que los profesores al leer mi apellido ya me familiarizaban con él y me preguntaban si éramos iguales en comportamiento. Yo les dije que era buena persona. Me gané su respeto odiando a mi hermano, siempre fue el graciosillo de la case.
– No te incumbe. – Insistí, retante.
– Pero mira quién se ha tragado un diccionario – empezó a ponerse pesado, sus amigos seguían riéndose. Estúpidos sin vida que únicamente venían a mangonear mi merienda. Les odio. – , como no hables, sabes lo que te espera.
Claro que sabía lo que me esperaba, pero guardaba la mínima esperanza de que aquello jamás llegara a su pequeña memoria de pez. En cuanto estaba en desacuerdo con mi hermano, de inmediato me cogía por las axilas y me encerraba en la galería de la cocina. Allí hace un calor terrible, en verano, invierno o en invierano. Nunca he tenido la capacidad de aguantar el calor. Los veranos para mí son insoportables, imposibles de manejar. Es evidente que adoro el invierno. Respecto a su amenaza, claro que cedí.
– ¿Alba Lomeda? ¿En serio? Cómo se nota que soñar es gratis.
Me vi obligado a volver a escuchar las horribles carcajadas de aquel grupito, y otra vez tuve que agachar la cabeza para aguantar las ganas de repartir regalos de Navidad. Tenía los puños en tensión, incluso me clavé las unas en las palmas de las manos. Me dejé marcas. De pronto comencé a pensar. Sí, soñar es gratis. Pense que esa chica jamás se interesaría por mí, jamás significaría algo para ella. Era un mocoso. Quería ser alguien conocido, alguien famoso en la ciudad. Como mi hermano. Hugo es el chico más conocido de todo Alicante. Desde que iba al colegio era bien conocido por sus travesuras, y cuando pasó al instituto, se convirtió en un icono de la rebeldía. Siempre sabía cómo salir inmune de los problemas, siempre lo conseguía. Y lo sigue consiguiendo. También ha sido aquel 'ligón'. Un rompecorazones.
– Quiero... quiero ser como tú. – Susurré de manera tan suave que se asemejó a el silbido del aire corriendo por la ventana abierta.
– ¿Cómo has dicho? – Dijo mi hermano acercándose más a mí. Lo había escuchado perfectamente, observé cómo aparecía lentamente la curva de una sonrisa malvada.
– Quiero ser guay.
Me costó decirlo, muchísimo. Aquello de confesarle a mi hermano que quería ser como él, fue quizás lo peor que hice en mi vida. Mis deseos de fama, de ser grande, me salen caros a estas alturas de la historia. Pero era joven, quería resultados rápidos. Quería ser tan conocido como él. No quería ser el hermano de Hugo Cos, quería ser Óliver Cos. Creo que lo he conseguido.
Mi hermano se acercó lentamente a mí, se vio obligado a dejar atrás la silla en la que se encontraba sentado. Me puso las manos en los hombros, reaccioné con un reflejo, pensando que me iba a llevar a la galería, pero simplemente me miró a los ojos desde mi altura. Él ya era muy alto, obvio, tenía 16 años. Mi sorpresa fue todavía mayor al ver cómo me daba unas palmaditas en la cabeza y me revolvía la maraña de pelo enredado.
– Estaba esperando a que me lo dijeras.